Habían pasado cinco años desde que el mundo de Isabella Reed se derrumbó.
Cinco años desde aquella tarde maldita en Beverly Hills en la que su pequeño hijo, Liam, fue secuestrado frente a su casa, a plena luz del día.
Tenía solo cuatro años.

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El secuestrador desapareció sin dejar rastro.
Ni una llamada.
Ni una pista.
Ni una esperanza.

Durante meses, Isabella —una empresaria poderosa, con contactos en la política, el cine y los negocios— movió cielo y tierra para encontrarlo. Contrató detectives privados, ofreció una recompensa de cinco millones de dólares, y hasta fue personalmente a barrios marginales buscando cualquier indicio.
Pero todo fue en vano.
El caso se enfrió.
El mundo siguió.
Y ella… aprendió a fingir que también.

UNA NUEVA ISABELLA

Cinco años después, Isabella Reed era una mujer distinta.
A los ojos del mundo, seguía siendo la CEO de Reed & Co., una de las firmas inmobiliarias más influyentes de California.
Vestía de diseñador, hablaba con elegancia y sonreía en las portadas de las revistas de negocios.
Pero por dentro, vivía vacía.

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La pérdida de Liam la había vuelto dura, desconfiada, casi cruel.
Había jurado no volver a llorar.
Y sin embargo, el destino —o quizás el mismo cielo— estaba a punto de ponerla a prueba de nuevo.

 EL ENCUENTRO

Aquel martes por la tarde, el cielo de Los Ángeles se tornó gris.
Isabella salía apresurada de una reunión en el centro financiero.
Llevaba tacones altos, un abrigo beige y su habitual prisa.

En la acera, un grupo de niños corría bajo la lluvia. Uno de ellos, un chico delgado con ropa vieja, tropezó y chocó accidentalmente con ella, salpicando barro sobre su abrigo de seda.

—¡Ten cuidado, mocoso! —exclamó Isabella, furiosa.

El niño levantó la mirada, asustado. No tendría más de nueve años.
—Lo siento, señora, no fue mi intención —dijo con voz temblorosa.

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Pero ella, cegada por la rabia, lo empujó hacia el charco del que había salido.
El pequeño cayó, empapado, mientras otros niños se alejaban.

Isabella iba a seguir su camino, pero algo la detuvo.
Una mano pequeña emergió del agua.
Una mano con una marca de nacimiento en forma de media luna.