Las luces del gimnasio ya estaban apagadas cuando Saúl “Canelo” Álvarez terminó su último round de sombra. Afuera, el mundo seguía hablando. Adentro, el silencio era absoluto. Solo el crujir de las vendas en sus nudillos y la respiración lenta de quien ha aprendido a no temerle a la oscuridad.
Ese mismo silencio es el que eligió romper esta semana, tras las declaraciones de Sergey Kovalev, quien justificó su derrota ante el mexicano en 2019 alegando falta de recuperación, presión contractual y otras condiciones “desfavorables”. Las palabras llegaron hasta Jalisco, pero en lugar de desestabilizarlo, despertaron en Canelo algo más profundo: la necesidad de hablar, pero no para defenderse —sino para dejar las cosas claras.
“Kovalev es un mal perdedor”, disparó sin titubear. “Todos batallamos con el peso. Todos. Yo me he quitado hasta los calzones por 50 gramos. Me levanto en la madrugada, me baño, sudo, hago lo que sea. Pero no hay espacio para excusas cuando decides subirte al ring”.
La pelea en cuestión no fue una más. Fue la que lo coronó campeón en su cuarta división, enfrentando a un semicompleto natural, con mayor alcance y experiencia. Y aun así, el mexicano lo noqueó en el round 11 con un derechazo que aún resuena en los highlights del boxeo moderno. Pero ahora, años después, Kovalev insinúa que aceptó la pelea por la bolsa millonaria y sin estar listo.
Canelo, con la serenidad que otorga la verdad, recordó: “Ellos pidieron la pelea. Ellos pidieron la bolsa. Nadie los obligó. Todo el mundo pelea por dinero, pero también por gloria. Yo acepté condiciones con Mayweather, con Cotto, con todos. Me bajé de peso porque quería pelear. ¿Y qué hice cuando perdí con Floyd? No puse excusas. Dije que no estaba listo. Punto.”
Excusas hay muchas. Campeones, pocos.
Para Álvarez, las justificaciones no solo ofenden al deporte, sino también a los equipos detrás. “Kovalev tiene uno de los mejores manejadores del mundo, Egis Klimas, y a Buddy McGirt como entrenador. No están en manos de novatos. Si aceptaron, fue porque creían que podían ganar. ¿Y ahora? ¿Van a culpar al calendario?”
Desde su esquina, Canelo lanza una crítica directa a la prensa y a los “expertos” de redes sociales: “Los medios sacan todo de contexto. Nadie estudia de verdad el boxeo. Solo repiten lo que vende. Pero abajo del ring también se pelea. Se negocia. Se administra. También hay premios para el mejor promotor, para el mejor manejador. Todo eso hace parte del boxeo”.
La narrativa recurrente de que Canelo elige rivales “cómodos”, impone cláusulas injustas o aprovecha ventajas de peso es, para él, una lectura incompleta. “He enfrentado a 15 campeones mundiales. Peleé con Mosley, Cotto, Lara, Golovkin. Subí dos divisiones, gané títulos en cuatro. ¿Y aún así quieren dudar?”
Cuando le preguntaron si no cree que esas cláusulas contractuales dañan al boxeo, su respuesta fue tan pragmática como brutal: “Las cláusulas han existido siempre. Las trilogías más épicas como Gatti vs Ward también las tuvieron. No digo que esté bien. Pero es parte del negocio. Y si tu equipo las acepta, es su responsabilidad”.
El niño que se enfrentó al mundo
Saúl debutó profesionalmente a los 15 años. Peleó con hombres diez años mayores. Subió en peso, bajó, aceptó retos que muchos ni siquiera considerarían. “Cuando enfrenté a Mayweather tenía 22 años. Me bajaron a 152 libras. No estuve listo, pero quise esa pelea. No gané, pero aprendí. ¿Cuántos pueden decir eso?”
Ahora, cuando Kovalev intenta reescribir la historia, Canelo no responde con ira, sino con una mezcla de hartazgo y claridad. “El boxeo es de los que aceptan la derrota. No de los que inventan excusas. Porque si cada caída viene con un pretexto, ¿cuándo se aprende?”
El legado se construye en silencio
Y mientras las cámaras se apagan y los titulares se desvanecen, Canelo permanece en silencio, vendándose las manos como lo ha hecho desde los quince años. No necesita gritar que es grande. Lo demuestra en cada madrugada de entrenamiento, en cada golpe lanzado contra el muro invisible de la duda.
Porque para él, ganar no siempre ha sido vencer al otro. A veces, ha sido resistir las voces que le negaban el mérito, sobrevivir a los contratos injustos, aceptar peleas con hambre y con miedo, pero jamás con excusas.
Y si el mundo sigue esperando que pida perdón por haber sido demasiado fuerte, demasiado joven, demasiado listo… que sigan esperando. Él ya aprendió que no se pelea solo arriba del ring. Se pelea también por dentro.
Y en esa guerra interna —sin público, sin ovaciones— Canelo ya ganó hace mucho tiempo.
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