Cuando Aiona pensó que lo conocía todo, descubrió que su prometido tenía una fortuna escondida, un pasado olvidado… y una familia dispuesta a todo para separarlos
En el tranquilo pueblo de Odievka, donde las campanas suenan tres veces al día y el viento parece arrastrar secretos entre los árboles, Aiona Vishneva había imaginado que su boda sería sencilla, con flores del campo, música de acordeón y su vestido blanco que había comprado con meses de anticipación. Lo que no sabía era que en el corazón de su prometido, Igor Krasnov, se escondía una historia que cambiaría para siempre el destino de ambos.
Igor, de 26 años, huérfano desde niño, había sido criado en un orfanato tras la muerte de su madre. Creció entre paredes frías, con libros usados y un carpintero jubilado que le enseñó a trabajar la madera como forma de escape. En ese mismo orfanato, entabló una amistad profunda con Mikhail, un niño que sufría problemas de audición pero que se comunicaba con Igor a través de dibujos. La conexión entre ellos se convirtió en el primer vínculo real que Igor tuvo con alguien después de la muerte de su madre. Pero un día, Mikhail fue adoptado y nunca más supo de él. Esa pérdida marcó a Igor de por vida, y desde entonces aprendió a no esperar nada de nadie.
Tras el servicio militar, Igor se convirtió en evanista y había abierto con esfuerzo su propio taller de muebles. Para Aiona, Igor era el ejemplo de perseverancia. Trabajaba desde el alba hasta que caía la noche, pero cada vez que sonreía, era como si el pasado no lo hubiera marcado. Sin embargo, había noches en que despertaba agitado, con los puños cerrados, y Aiona lo abrazaba sin hacer preguntas.
El día de su boda, un visitante inesperado llegó al taller: Piotr Arkadievich, un magnate del mueble de oficina, quien reveló algo imposible de ignorar: él era el padre biológico de Igor. La conversación fue tensa. Igor, confundido y dolido, rechazó de inmediato cualquier intención de reconciliación. Pero Piotr no se dio por vencido. Queriendo compensar sus errores, le ofreció trabajo en su empresa, alojamiento en su enorme mansión y lo que Igor no sabía: quería convertirlo en heredero.
Aiona, sin entender del todo lo que ocurría, se limitaba a apoyar a su prometido. Pero desde el primer día en la mansión, notó que había entrado en un mundo mucho más complejo. Marina, la esposa de Piotr, la miraba con desprecio silencioso. Germán, el medio hermano de Igor, era un hombre sofisticado, sarcástico y, en el fondo, lleno de rencor. Su actitud se tornó cada vez más inquietante: halagos velados, insinuaciones sutiles, y finalmente, un intento de besarla que Aiona calló durante semanas por miedo a destruir la paz frágil entre las familias.
Un día, mientras fingía pasear por el jardín de la mansión, Aiona siguió discretamente a Marina. La vio ingresar a un pabellón trasero donde un médico vestido de civil esperaba con carpetas en la mano. Escuchó palabras como “urgencia”, “compatibilidad”, y “protocolo de emergencia”. Aiona fingió tropezar al salir para no levantar sospechas, pero su corazón ya sabía que algo andaba muy mal.
Pero la paz era solo aparente. Cuando el taller de Igor sufrió un misterioso incendio, todos lo tomaron como un accidente. Hasta que Nicolai, el viejo guardia del cementerio donde Igor visitaba la tumba de su madre, fue atacado por un perro de raza entrenado. Las piezas comenzaron a encajar: alguien quería eliminar a Igor. Aiona se obsesionó con descubrir la verdad. Investigó discretamente, hablando con médicos, empleados, incluso con antiguos socios de Piotr.
La teoría más perturbadora emergió cuando se descubrió que Germán sufría una grave enfermedad cardíaca. Su corazón estaba al borde del colapso. Y el corazón de Igor era compatible. Lo que Aiona descubrió en un archivo médico oculto era aterrador: había una solicitud de trasplante firmada, donde Igor aparecía como “donante familiar” en caso de muerte cerebral.
El supuesto reencuentro entre padre e hijo era parte de un plan siniestro: legalizar la paternidad, incluirlo en el registro como familiar directo, y tener acceso a su corazón. Aiona intentó advertir a Igor, pero él, cegado por la necesidad de creer en su padre, no quiso escucharla. “Estás viendo fantasmas, Aiona. Es mi oportunidad de tener una familia.”
Una noche antes de la boda, Germán y Aiona coincidieron en el salón principal. Él le ofreció una copa y le dijo con voz baja pero firme: “Yo también perdí a mi madre. Pero no voy a perder mi vida porque tú hayas aparecido”. Fue entonces cuando Aiona supo que debía actuar con urgencia.
El día de la boda, Aiona recibió una nota anónima: “Igor morirá en su boda”. Desesperada, intentó cancelar todo, advirtiendo que la comida podría estar envenenada. La familia la acusó de paranoia. Igor, dolido por lo que creyó una escena de celos o locura, se alejó por unas horas. Fue entonces cuando Piotr y Marina decidieron que era el momento.
Aiona fue emboscada en una cabaña aislada por dos empleados de confianza de Piotr. La drogaban y la mantenían atada. Igor, engañado, fue llevado a firmar documentos bajo pretexto de donación preventiva. Pero cuando Dimitri, un viejo trabajador del taller que había sido despedido por Piotr, se enteró del plan, arriesgó su vida para liberar a Aiona.
La persecución hacia el hospital fue caótica. Dimitri conducía mientras Aiona, aún débil, revisaba los papeles que había encontrado en el pabellón. Al llegar, el hospital negó su entrada. Aiona, gritando el nombre de Igor, irrumpió por una entrada de servicio. Subió corriendo escaleras, se enfrentó a un guardia que quiso detenerla, y golpeó la puerta del quirófano segundos antes de que se iniciara la anestesia general. El médico principal, al verla con documentos en la mano y lágrimas en los ojos, ordenó suspender todo.
La reacción de Germán fue inesperada. Enterarse de que su vida dependía del corazón de su medio hermano lo quebró por dentro. “No quiero vivir con el corazón de mi hermano… si eso significa su muerte”, dijo entre lágrimas. Fue la primera vez que se sintió realmente parte de una familia. Decidió buscar tratamiento en el extranjero y cortar todo lazo con su padre.
Piotr y Marina enfrentaron una investigación judicial que los alejó de la opinión pública. El escándalo se filtró a la prensa, pero Igor y Aiona decidieron no dar entrevistas. Querían comenzar de nuevo, lejos de titulares y promesas vacías.
Un año después, en el mismo taller reconstruido con las manos de Igor y las ideas de Aiona, una nueva línea de cunas llevaba los nombres de sus futuros hijos: Igor y Aleona. Habían comenzado un pequeño negocio de muebles para niños, hechos a mano, con madera reciclada y barnices naturales. Aiona escribía cuentos infantiles y los ilustraba en las cabeceras de cada cama. Los pedidos comenzaron a llegar incluso desde Moscú.
La boda no fue televisada, ni glamorosa, ni asistida por gobernadores. Fue sencilla, entre manzanos en flor, con los vecinos del pueblo y sin amenazas de muerte. Nicolai, el viejo guardia ya recuperado, llevó los anillos. Dimitri fue padrino de honor. Y en medio de todo, Igor tomó la mano de Aiona y susurró: “Tú eres mi familia. Todo lo que necesito está aquí.”
Porque al final, la raíz más fuerte que Igor talló… fue el amor. Un amor que sobrevivió a la traición, al miedo, a la muerte planificada. Un amor que, como la madera noble, se fortalece con el tiempo, con el fuego, y con las manos que se niegan a rendirse.
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