La Ciudad de México jamás había sido testigo de una historia tan impactante. Una actriz reconocida, una operación encubierta internacional y una red de trata de personas escondida detrás de los reflectores de un certamen de belleza. Y en el centro de todo – María Sorté.


Mientras millones de espectadores en México creían que la participación de María Sorté en el certamen Miss México era solo un capricho mediático, detrás del escenario se llevaba a cabo una operación de inteligencia sin precedentes, coordinada entre el FBI y las fuerzas de seguridad mexicanas. ¿El comandante? Nadie más que su propio hijo, Omar García Harfuch, uno de los agentes más respetados del país.

Una llamada que lo cambia todo

María Sorté se encontraba filmando una telenovela cuando recibió una llamada inesperada de Omar. Le pidió que acudiera a una ubicación secreta, sin explicaciones. Al llegar, fue presentada ante agentes del FBI, entre ellos Richard Dawson, un veterano con décadas de experiencia. Habían detectado información alarmante: el certamen Miss México estaba siendo utilizado como fachada para una red de trata de personas a nivel internacional.

María fue invitada a participar como espía infiltrada —su fama la convertía en la coartada perfecta. Aunque al principio se negó, terminó aceptando bajo una condición: toda la operación debía ir acompañada de apoyo real para las víctimas de violencia de género.

Pasarelas, maquillaje y un complot oscuro

Guiada por agentes encubiertos —incluida una ex Miss Universo que en realidad trabajaba para Interpol—, María ingresó al universo de Miss México con una nueva identidad. Aprendió a caminar como reina, pero sobre todo, aprendió a sobrevivir bajo presión, observando cada detalle.

Pronto se hizo amiga de Luisa Méndez, Miss Brasil, quien más tarde revelaría ser también una agente encubierta de Interpol. Juntas, descubrieron que el verdadero plan no era un atentado, sino una operación de trata de personas, en la que 12 finalistas serían “exportadas” al extranjero tras la gran final.

Una redada entre lentejuelas y confeti

Durante el ensayo general, justo cuando todo estaba listo para el “gran espectáculo” del crimen organizado, María y Luisa dieron la señal. En medio de música, luces y vestidos de gala, se ejecutó una redada relámpago, tan discreta que ni el público ni los medios entendieron lo que pasaba.

Mientras María distraía a uno de los líderes con una actuación digna de un Oscar, Omar encabezaba el operativo para capturar a los principales implicados. El verdadero cerebro detrás del plan no era el empresario Vega, como se sospechaba, sino el director del certamen, quien pretendía liberar un gas anestésico para encubrir el secuestro masivo.

El final —y una corona que representa justicia

La operación concluyó con éxito: 17 arrestos, tres redes criminales desmanteladas en distintos países. Pero la historia no terminó ahí. María Sorté —quien en el pasado criticó abiertamente los concursos de belleza— fue coronada Miss México, no por su físico, sino por su valentía.

En su discurso, declaró:
“A veces la vida nos obliga a representar papeles que nunca imaginamos. Lo importante es cómo decidimos interpretarlos.”
Y cerró con una frase que sacudió al público:
“Nunca juzgues a una mujer por su corona. Puede que sea una guerrera bajo el maquillaje.”

Epílogo: La vida continúa —pero con un nuevo guion

Seis meses después, María regresa a los foros de grabación con una nueva telenovela: “Operación Corona”, basada en su experiencia real. Luisa Méndez ahora funge como asesora del guion. ¿Y Omar Harfuch? Sigue operando desde las sombras, protegiendo al país —y a la madre que una vez ayudó a salvar el futuro de muchas otras mujeres.


Una historia que parece sacada de la ficción, pero que revela los rincones más oscuros ocultos tras el brillo de las cámaras. María Sorté no solo es un ícono del arte: ahora también es símbolo de inteligencia, coraje y poder femenino ante el crimen organizado.