El hallazgo
Tres horas después, un autobús la depositó en Cancún. Caminó con paso tembloroso hasta el portón oxidado del desguazadero. Allí estaba Raúl, un hombre robusto, manos manchadas de grasa y mirada compasiva.
—Está allá atrás, señora. Normalmente los coches que llegan aquí están vacíos. Pero este… parecía detenido en el tiempo.
Caminaron entre torres de chatarra hasta llegar al Toyota azul. A pesar de la capa de polvo y humedad, Carmen lo reconoció al instante. Era el mismo coche en el que habían hecho tantos viajes familiares.
Raúl abrió la puerta. Un olor rancio, mezcla de moho y salitre, escapó al aire. En el asiento del conductor, una gorra de béisbol descolorida. Carmen la tomó con manos temblorosas: era de Eduardo. En el asiento del pasajero, una muñeca de trapo con vestido rosa.
—Es de Sofía… —susurró con lágrimas en los ojos.
En el asiento trasero descansaban dos maletas. Una con ropa de Eduardo: bermudas, sandalias, camisetas. La otra con vestidos pequeños, trajes de baño de niña, zapatos diminutos. Todo preparado para unas vacaciones que nunca ocurrieron.
En la guantera encontraron los pasaportes, licencias de conducir y un recibo del Hotel Caribe Paradise Resort, fechado el 23 de julio de 2015. La fecha exacta de la desaparición.
II. La fiscalía
Esa misma tarde, Carmen llegó a la Fiscalía General del Estado de Quintana Roo. Había estado allí docenas de veces en los primeros años, siempre con las manos vacías. Esta vez llevaba fotos, documentos, pruebas.
El inspector Miguel Ruiz Delgado, un hombre de unos 40 años recién transferido desde Ciudad de México, la recibió.
—He revisado su expediente —dijo—. El caso fue archivado en 2016 como desaparición voluntaria.
Carmen apretó los dientes.
—Explíqueme, inspector: ¿cómo alguien que “se fue voluntariamente” deja el coche con sus pasaportes, maletas y la muñeca favorita de su hija?
Ruiz observó las fotos en silencio. Asintió lentamente.
—Tiene razón. Vamos a reabrir oficialmente la investigación. Mañana iré con usted al desguazadero.
Carmen sintió un alivio que le supo a llanto. Nueve años, y por fin alguien la escuchaba.
III. Las piezas del rompecabezas
El 16 de marzo de 2024, a las ocho de la mañana, Carmen llegó de nuevo a La Esperanza. El inspector Ruiz estaba allí con dos técnicos forenses. Documentaron cada centímetro del Toyota: huellas, fibras, muestras biológicas.
—Inspector, mire esto —dijo la técnico Morales. En el maletero había una hielera vacía con restos de agua reseca. Al lado, una bolsa con recibos de supermercado, fechados el 23 de julio de 2015 a las 2:30 pm. Compras simples: agua, refrescos, sándwiches.
—¿A qué hora fue la última llamada que recibió de su esposo? —preguntó Ruiz.
—A las 4 de la tarde. Me dijo que Sofía quería ver el mar antes de cenar.
Había un lapso de hora y media. Una ventana de tiempo. ¿Qué ocurrió entre las compras y la llamada?
IV. Nombres que pesan
Mientras revisaban los papeles, Carmen recordó algo.
—Inspector… el comandante que llevó la investigación en 2015 se llamaba Rodrigo Salinas Pérez. Siempre insistió en que Eduardo se había fugado con otra mujer.
Ruiz levantó la vista con gesto sombrío.
—Sí, conozco a Salinas. Está retirado… pero su nombre ha aparecido en expedientes de corrupción.
Carmen sintió un escalofrío.
—¿Cree que encubrió algo?
Ruiz no respondió. Solo anotó en su libreta y dijo en voz baja:
—De ahora en adelante, señora, no comente nada de este hallazgo con nadie. Ni siquiera con su familia. Hay fuerzas interesadas en que este caso siga enterrado.
V. El secreto de Tulum
Esa tarde, Ruiz localizó al hombre que había llevado el coche al desguazadero: Martín Elizalde Santos, dueño de un terreno abandonado cerca de Tulum.
—Ese carro llevaba años ahí —explicó Martín—. Lo dejaban tapado con lonas. Pensé que era chatarra y lo saqué de encima.
Carmen lo escuchaba con el corazón en un puño. Si el coche había estado oculto en su rancho todo ese tiempo, ¿quién lo dejó allí? ¿Y por qué nadie lo encontró antes?
Martín mencionó algo más: en 2016, poco después de que el caso fuera cerrado, unos hombres armados le advirtieron que no se acercara al coche ni lo moviera jamás.
La sangre de Carmen se heló.
VI. Los fantasmas del Caribe Paradise
Días después, Ruiz y su equipo visitaron el Caribe Paradise Resort, donde el recibo señalaba que Eduardo y Sofía se habían registrado en 2015.
Un recepcionista veterano recordó vagamente a un hombre con una niña. Confirmó que pasaron por el lobby esa tarde, pero nunca regresaron a su habitación. La reservación quedó sin usar, las camas intactas, las maletas jamás subieron.
Un hueco en el tiempo. Una familia borrada en cuestión de horas.
VII. Carmen
Esa noche, Carmen regresó a su departamento con una carpeta llena de copias, fotos y declaraciones. Las colocó sobre la mesa, junto a la muñeca de Sofía que había recuperado del coche.
Miró el juguete con lágrimas en los ojos.
—Hija… ya casi llego a la verdad.
Sabía que estaba entrando en terreno peligroso. Pero después de nueve años de silencio y desprecio institucional, por fin tenía lo que siempre buscó: una pista real.
La pregunta ya no era qué pasó en 2015, sino quién había decidido ocultarlo durante tanto tiempo. Y Carmen estaba dispuesta a descubrirlo, aunque su vida volviera a ponerse en riesgo.
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