Rosa se levantó, con esfuerzo, sosteniéndose del borde de la mesa para evitar que sus piernas la traicionaran. Con voz quebrada pero llena de determinación, dijo: “No tengo mucho dinero, eso es cierto. Pero lo que tengo es amor. Y le aseguro que haré lo que sea necesario para cuidar de mi Sofía. Ella no necesita lujo. Solo necesita a alguien que la ame de verdad, que esté ahí para ella.”
Un leve murmullo recorrió la sala. Los tíos intercambiaron miradas de complicidad, como si ya estuvieran seguros de su victoria. El abogado de los tíos volvió a intervenir, esta vez con tono despectivo: “Con el debido respeto, su señoría, el amor no paga la educación, ni la atención médica, ni la estabilidad emocional que una niña como Sofía necesita. Mis clientes, Ricardo y Claudia, tienen los medios para ofrecerle todo eso.”
Pero antes de que la jueza pudiera responder, Sofía, que había estado en silencio todo el tiempo, tiró de la mano de su abuela y, con valentía, dijo: “Abuela, déjame decir algo.” La sala se quedó en un silencio absoluto.
La jueza Escudero observó a la niña con interés. “Sofía, ¿quieres decir algo?”
Sofía asintió con firmeza, soltando la mano de su abuela. Subió al estrado, apenas alcanzando el micrófono. “Yo quiero quedarme con mi abuela,” dijo, su voz clara y fuerte. “Ella es la que me abraza cuando tengo miedo. La que me canta canciones cuando no puedo dormir. Los tíos dicen que quieren cuidarme, pero ni siquiera saben cuál es mi comida favorita.”
Un murmullo lleno de asombro recorrió la sala. Los tíos se retorcían en sus asientos, claramente incómodos con las palabras de la niña. La jueza, con rostro inexpresivo, miró a los abogados. “Vamos a tomar un receso de 30 minutos. Necesito revisar algunos documentos antes de continuar.”
Rosa, con el corazón aún acelerado por las palabras de Sofía, salió al pasillo, tomándola de la mano. El orgullo por la valentía de su nieta se mezclaba con el temor. ¿Sería suficiente para convencer a la jueza? En el pasillo, un hombre se acercó a Rosa. Era uno de los asistentes del tribunal, y llevaba una carpeta con documentos confidenciales.
“Señora Rosa,” dijo en voz baja, “hay algo que necesita saber.”
Rosa lo miró con el ceño fruncido. “¿De qué se trata?”
El hombre vaciló antes de continuar. “No puedo decir mucho, pero he estado revisando algunos registros relacionados con los tíos de Sofía. Hay cosas que no cuadran. Si llega a necesitar ayuda, no dude en buscarme.”
Antes de que Rosa pudiera responder, el hombre se fue rápidamente, dejándola con más preguntas que respuestas. ¿Qué podrían estar ocultando esos familiares aparentemente perfectos?
De regreso a la sala, Rosa miró a la jueza con renovada determinación. No sabía qué pasaría, pero sentía que el caso era mucho más complicado de lo que parecía.
La jueza volvió a llamar a la audiencia. El abogado de los tíos se levantó rápidamente, decidido a recuperar el control. “Su señoría, quiero presentar más pruebas del entorno favorable que mis clientes pueden ofrecerle a Sofía. Aquí tenemos fotografías de su hogar, una residencia espaciosa con jardín, piscina y un cuarto preparado específicamente para la niña.”
Las fotografías fueron colocadas sobre la mesa, y la jueza las revisó detenidamente. Mientras tanto, Rosa observaba a los tíos. Algo en su comportamiento, en la perfección que mostraban, no le parecía natural. Sus miradas eran frías, calculadoras, como si la audiencia fuera solo un trámite más.
La jueza, sin mostrar emoción, levantó la vista y preguntó: “Señor Ricardo, señorita Claudia, ¿pueden explicar cómo piensan construir una relación emocional con Sofía, considerando que no han convivido con ella hasta ahora?”
Claudia, con una sonrisa que parecía ensayada, respondió: “Hemos intentado acercarnos a Sofía desde la muerte de sus padres, pero la señora Rosa nos ha limitado el acceso. Creemos que, con el tiempo, Sofía aprenderá a confiar en nosotros.”
Rosa sintió un nudo en el estómago. Sabía que había evitado a los tíos, pero no por egoísmo, sino porque sentía que no tenían un interés genuino en Sofía. Algo oscuro se escondía detrás de su fachada perfecta.
Ignacio, el abogado de Rosa, se levantó con calma. “Su señoría, con su permiso, me gustaría hacer unas preguntas a los tíos de Sofía.”
La jueza asintió. Ignacio caminó hacia el estrado. “Señor Ricardo, usted menciona que quiere lo mejor para Sofía. ¿Puede decirnos cuándo fue la última vez que la visitó antes de iniciar este proceso judicial?”
Ricardo vaciló por un momento, pero rápidamente respondió: “Hace aproximadamente seis meses.”
Ignacio levantó una ceja. “¿Seis meses? Eso significa que no la ha visto durante la mitad del tiempo que ha estado bajo el cuidado de su abuela. ¿Cree que esa falta de contacto refuerza su posición como la mejor opción para Sofía?”
Ricardo abrió la boca para responder, pero Claudia intervino rápidamente. “Hemos estado ocupados con los trámites para este caso. Nuestro interés siempre ha sido su bienestar.”
Ignacio sonrió levemente. “Entonces me está diciendo que los trámites legales eran más importantes que pasar tiempo con Sofía.”
La sala quedó en un silencio tenso. Claudia se sonrojó ligeramente, pero antes de que pudiera responder, la jueza intervino: “Señor Ignacio, limítese a preguntas claras y pertinentes.”
Ignacio asintió y regresó a su asiento. Rosa lo miró con gratitud. Cada pregunta había revelado la desconexión emocional de los tíos con Sofía. Pero justo cuando Rosa comenzó a sentir una chispa de esperanza, el abogado de los tíos solicitó presentar un testimonio inesperado.
“Su señoría, hemos pedido a una trabajadora social que evalúe las condiciones en las que vive Sofía con su abuela. Su informe demuestra que el entorno actual no es adecuado para el desarrollo óptimo de la niña.”
Rosa sintió que el aire se le escapaba de los pulmones. ¿Qué habían hecho? Habían invadido su hogar. La trabajadora social subió al estrado, con expresión seria, y comenzó a hablar: “He visitado la casa de la señora Rosa. Aunque la niña parece estar emocionalmente conectada con su abuela, es evidente que el hogar carece de recursos básicos…”
Cada palabra que la trabajadora social pronunciaba golpeaba el corazón de Rosa. ¿Cómo podía ella competir contra los recursos y la estabilidad prometidos por los tíos de Sofía?
Sin embargo, las palabras del abogado de Rosa, Ignacio, aún resonaban en la mente de Rosa: El apoyo emocional y el amor siempre están presentes.
La batalla por Sofía no había terminado, y el destino de la niña estaba aún en el aire. ¿Qué decisión tomaría la jueza?
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