Marvin Hagler: El campeón que fue traicionado por el sistema, olvidado por los poderosos y manipulado incluso después de muerto

Marvin Hagler no fue un boxeador común. No brillaba con las luces de los comerciales ni sonreía ante las cámaras como otros ídolos del ring. Fue un obrero del boxeo, un guerrero forjado en la pobreza, la violencia y el abandono. Y sin embargo, a pesar de haberlo dado todo en cada combate, su recompensa no fue la gloria eterna, sino el olvido, la traición… y un final que, lejos de ser digno, se convirtió en un circo de mentiras y conspiraciones.

Nacido en Newark, Nueva Jersey, Hagler creció entre balas y disturbios raciales. Desde pequeño, supo que la vida era una pelea constante. Su madre soñaba con verlo convertirse en trabajador social, comediante o incluso bailarín. Pero Marvin encontró su destino en unos guantes de boxeo que un día le pusieron en las manos. Su primer sueño no fue la fama: fue sacar a su familia del infierno.

Entrenado por los hermanos Petronelli, Marvin se convirtió en una bestia indomable. Pero su ascenso fue todo menos justo. A pesar de ganar pelea tras pelea, el sistema se negó a ponerlo en el centro de los reflectores. ¿Por qué? Como le dijo Joe Frazier una vez: “Tienes tres problemas: eres negro, eres zurdo y eres demasiado bueno”. Esas tres razones bastaban para que lo evitaran como a la peste.

Le robaron decisiones, lo obligaron a esperar 50 combates antes de una verdadera oportunidad por un título, y cuando finalmente venció a Vito Antuofermo, los jueces lo declararon empate. Le negaron la gloria con descaro. Pero Hagler no lloró. No se quejó. Solo siguió peleando.

Su venganza llegó en Londres, contra Alan Minter. En un ambiente cargado de odio racial, Marvin no solo ganó: destrozó a su rival. Pero en lugar de celebrarlo, tuvo que escapar del ring entre botellas y sillas voladoras. El público no soportaba que un hombre negro humillara a su campeón blanco.

Aún así, Marvin construyó su legado a golpes. Defendió su título ante monstruos como Roberto Durán, Mustafa Hamsho y Thomas Hearns, con quien protagonizó una de las peleas más brutales en la historia del boxeo: tres asaltos de furia pura que se convirtieron en leyenda.

Pero justo cuando parecía que Marvin lo había conseguido todo, llegó la traición más dolorosa: Sugar Ray Leonard. El niño mimado del boxeo, el maestro del marketing, volvió del retiro solo para arrebatarle a Marvin lo que más amaba. Leonard manipuló las condiciones de la pelea: un ring más grande, guantes más acolchados, menos asaltos… todo pensado para neutralizar al guerrero. Marvin aceptó, confiado. Pero fue una trampa.

La pelea fue una guerra psicológica. Leonard no buscó golpear fuerte, sino impresionar a los jueces. Al final, ganó por decisión dividida. Una vez más, a Hagler le robaron en la cara. Y esta vez, algo dentro de él se rompió para siempre.

Después de aquella noche, Marvin se apagó. Se alejó del boxeo, del público, de su propia familia. Perdió su matrimonio, su alegría, su centro. Se fue a Italia, aprendió el idioma, hizo películas de acción. Intentó rehacer su vida. Y lo logró. Encontró paz. Hasta que el pasado volvió a tocar su puerta.

Años después, Leonard quiso la revancha. Ofreció millones. Pero Marvin le dijo que no. Ese “no” fue su última gran victoria. El mensaje era claro: no todo se compra, no todo se perdona.

Pero el capítulo más triste aún estaba por escribirse.

En marzo de 2021, Marvin Hagler murió repentinamente. Su familia aún no había procesado el duelo cuando estalló una bomba mediática: su viejo rival, Thomas Hearns, publicó que Marvin había muerto por efectos secundarios de la vacuna contra el COVID. Las redes sociales ardieron. Los movimientos antivacunas lo convirtieron en mártir, lo manipularon, lo ensuciaron.

Su esposa y su hijo tuvieron que salir públicamente a desmentirlo. “No murió por ninguna vacuna”, dijeron con firmeza. Pero ya era tarde. El daño estaba hecho. Incluso muerto, Marvin fue víctima de un sistema que nunca lo respetó.

Hoy, su legado vive no en trofeos ni en portadas, sino en cada golpe que dio con rabia, en cada injusticia que soportó sin doblarse. Porque Marvin Hagler no fue un campeón para el sistema. Fue un campeón para los olvidados, los que luchan sin ayuda, los que arrancan respeto a puñetazos. Y eso, por más que lo intenten, jamás podrán borrarlo.