La Ciudad de México, en una noche cargada de nostalgia y cansancio, se convirtió en el escenario de un inesperado reencuentro.
Paquita, con la voz gastada tras una presentación, caminaba por las calles del centro sin imaginar que el destino la llevaría a revivir un capítulo olvidado de su pasado.
Un susurro suplicante pidió una moneda, un sonido común en la urbe, pero que esta vez resonó de manera diferente en su alma. Al voltear, se encontró con una mujer desaliñada, de mirada hundida y rostro ajado por los años.
Paquita sintió que el aire le abandonaba: aquella mujer era Carmela, su mejor amiga de la infancia.

Carmela y Paquita habían compartido una niñez llena de sueños y promesas. Corriendo descalzas por la plaza del pueblo, jugaban y planeaban un futuro lejos de la pobreza.
“Voy a cantar en los teatros más grandes de México”, proclamaba Paquita con ilusión, mientras Carmela le aseguraba que estaría a su lado. Pero la vida tenía otros planes.
Un forastero llamado Salvador llegó al pueblo, envuelto en promesas y encantos. Con solo 14 años, Carmela cayó rendida ante sus palabras, ignorando las advertencias de Paquita.
Una noche, Carmela desapareció. Se fue con Salvador y su ilusoria vida de ensueño. La desesperación de su madre y la impotencia de Paquita fueron en vano: nadie supo de ella por años. Mientras Paquita luchaba por su sueño y se convertía en una voz para las mujeres, Carmela se enfrentaba a una pesadilla.
Salvador resultó ser un lobo disfrazado de cordero. Lo que empezó con halagos y regalos, pronto se transformó en abuso y sometimiento. Cuando Carmela quiso escapar, fue demasiado tarde.
Los años la convirtieron en otra mujer sin rostro en la ciudad perdida. Ahora, sentada en la frialdad de la calle, con una sonrisa rota, reconocía a su amiga de la infancia.
“Sabía que algún día volverías”, musitó Carmela con voz quebrada. Paquita, con el corazón desgarrado, se arrodilló ante ella, recordando las niñas que fueron y las vidas que el destino les había arrebatado.
El reencuentro no era solo un choque de pasados, sino una nueva oportunidad. Paquita sabía que la historia de Carmela no debía terminar así. En su mirada, había una promesa silenciosa: esta vez, no la dejaría atrás.
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