Era una tarde gris en la Ciudad de México. La lluvia caía sin piedad sobre las calles empapadas cuando Saúl “Canelo” Álvarez conducía su camioneta después de una intensa sesión de entrenamiento.
Mientras el tráfico avanzaba lentamente por Paseo de la Reforma, algo captó su atención: un anciano, bajo un precario trozo de plástico, intentaba proteger sus pinturas del agua.
Su rostro, marcado por el tiempo, reflejaba resignación. Nadie se detenía a mirar sus obras, que representaban paisajes mexicanos de gran belleza.
Canelo sintió una punzada en el pecho y decidió detenerse. Se acercó al anciano y lo saludó amablemente. “¿Usted pintó estas obras?”, preguntó el boxeador.
“Sí, cada una de ellas”, respondió con orgullo el hombre, quien se presentó como Miguel Ángel Durán, conocido como Don Miguel. Canelo se fijó en una pintura que le recordó a su natal Guadalajara y, conmovido por la historia del anciano, decidió ayudarlo.
Tras notar que Don Miguel temblaba de frío y que no había vendido ninguna pintura en todo el día, Canelo tomó una decisión: “No puede seguir aquí bajo la lluvia.
¿Por qué no me muestra sus obras en un lugar más cómodo?”. Al principio, Don Miguel dudó, pero la sinceridad en los ojos de Canelo lo tranquilizó.
Juntos recogieron cuidadosamente las pinturas y se dirigieron a la camioneta del boxeador, mientras algunas personas los observaban y tomaban fotografías.
Durante el trayecto a Xochimilco, donde vivía Don Miguel, el anciano le contó a Canelo sobre su vida. Había sido profesor de arte en la UNAM por más de 30 años y dueño de una pequeña galería en Coyoacán, la cual tuvo que cerrar durante la pandemia.
Ahora vivía con su nieta Lucía, quien estudiaba medicina, pero había tenido que pausar sus estudios por problemas de salud. “Ella tiene una condición renal que requiere tratamientos costosos”, explicó Don Miguel con tristeza. Sus pinturas eran su única fuente de ingresos para ayudarla.
Al llegar a la modesta casa del anciano, Canelo quedó impactado al ver un verdadero santuario del arte. Lienzos de todos los tamaños cubrían las paredes, y el olor a pintura impregnaba el ambiente. “Bienvenido a mi hogar”, dijo Don Miguel con orgullo.
En ese momento, apareció Lucía, sorprendida al ver al famoso boxeador en su casa. “Conocí a tu abuelo hoy vendiendo pinturas bajo la lluvia”, le explicó Canelo.
La joven, preocupada por la salud de su abuelo, le reprochó haber salido en ese clima, pero Don Miguel respondió con una sonrisa: “Hoy la lluvia trajo buena suerte”.
Mientras tomaban café, Canelo observó las obras y comentó: “Estas pinturas deberían estar en galerías, no en la calle”. Don Miguel suspiró. “Las galerías ya no se interesan por pintores viejos como yo”, dijo con resignación. Canelo, sin embargo, tenía otra visión.
“Tengo una propuesta para usted”, dijo con determinación. “En tres semanas daré una rueda de prensa para mi próxima pelea y quiero comprar diez de sus obras para decorar el salón. Además, podríamos organizar una pequeña exposición para que los medios las conozcan”.
Don Miguel y Lucía quedaron en shock. “¿Por qué haría esto por nosotros?”, preguntó la joven. Canelo se tomó un momento antes de responder.
“Cuando era niño, tuve un maestro que creyó en mí cuando nadie más lo hacía. Hoy puedo ofrecer esa oportunidad”. Don Miguel, visiblemente emocionado, intentó hablar, pero un acceso de tos lo interrumpió.
Canelo notó la preocupación en Lucía. “Su salud no está bien, ¿verdad?”, preguntó en voz baja. “Su bronquitis crónica empeora con la humedad, y los tratamientos son costosos”, respondió ella.
Esa noche, Canelo se marchó con una determinación firme. No solo había adquirido diez pinturas, sino que había decidido hacer algo más grande por Don Miguel y Lucía.
Días después, el boxeador anunció en sus redes sociales la historia del anciano artista, invitando a sus seguidores a conocer su obra. La respuesta fue abrumadora: en cuestión de horas, todas las pinturas de Don Miguel fueron vendidas, y varias galerías se interesaron en su trabajo.
Gracias a Canelo, Don Miguel no solo recuperó su pasión y dignidad, sino que también pudo costear los tratamientos de su nieta. “Nunca imaginé que alguien como él se detendría a ayudarme”, dijo el anciano con lágrimas en los ojos. “Hoy, gracias a su generosidad, mi arte volverá a brillar”.
Una vez más, Canelo Álvarez demostró que su grandeza no solo está en el ring, sino también en su corazón.
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