Canelo Álvarez y el niño que conmovó al mundo: la historia de Mateo Ramírez
En las calurosas calles de Guadalajara, Jalisco, un niño de 11 años llamado Mateo Ramírez caminaba cada tarde con una caja de cartón llena de dulces típicos que su abuela preparaba. Su meta era clara: vender suficientes dulces para poder comprar su propio equipo de boxeo.
Desde que vio unos guantes rojos y dorados en la tienda deportiva Campeones de México, Mateo se propuso ahorrar los 1,200 pesos que costaban.
Cada moneda que ganaba la guardaba celosamente en una lata de café escondida bajo su cama. Por las noches, antes de dormir, la abría y contaba su tesoro, imaginándose entrenando como su ídolo, Saúl “Canelo” Álvarez.
En la pared de su pequeña habitación, recortes de periódicos y revistas mostraban al campeón mexicano. Mateo había improvisado un saco de boxeo con un costal de arroz relleno de trapos viejos, que colgaba del árbol en el patio trasero de su casa. “Algún día seré como él”, le decía a su hermana mientras practicaba sus golpes.
Su madre, con una mezcla de orgullo y preocupación, lo observaba desde la ventana. Sabía que los sueños de su hijo eran grandes, pero también conocía las dificultades que enfrentaban. Su padre había sufrido un accidente en la construcción y la familia apenas podía cubrir los gastos básicos.
Un encuentro inesperado
A tres cuadras de la casa de Mateo estaba el gimnasio Guerreros, un lugar modesto manejado por Don Sergio, un ex boxeador de peso wélter. Mateo pasaba todos los días por ahí, observando desde la ventana a los jóvenes entrenar. Una tarde, Don Sergio lo llamó:
“Muchacho, te veo todos los días parado ahí. ¿Por qué no entras?”
“No tengo dinero para la inscripción, señor”, respondió Mateo con timidez.
El entrenador lo miró y notó los nudillos raspados del niño. “¿Practicas solo?”
“Sí, tengo un costal en mi patio”.
Don Sergio sonrió. “Ven mañana después de la escuela. Tal vez podamos llegar a un acuerdo”.
Desde ese día, Mateo comenzó a limpiar el gimnasio a cambio de lecciones de boxeo. Su rutina era agotadora: escuela por la mañana, venta de dulces por la tarde y entrenamiento por la noche. Pero cada día estaba más cerca de su sueño.
Una historia que conmovía
Un día, Carmen Suárez, reportera de un canal local, notó a Mateo vendiendo dulces mientras practicaba discretamente movimientos de boxeo entre cliente y cliente. Intrigada, se acercó y le pidió hacerle unas preguntas.
Mateo, al principio desconfiado, terminó contándole su historia. Carmen grabó un reportaje que se transmitió en el noticiero. Pronto, el video se hizo viral y llegó a oídos de Canelo Álvarez.
El día que Mateo conoció a Canelo
Días después, Mateo fue invitado a un evento especial. Lo que no sabía era que su ídolo estaba allí. Cuando vio a Canelo acercarse con un par de guantes rojos y dorados en las manos, el niño no pudo contener las lágrimas.
“Me contaron tu historia y me recordaste a mí cuando era niño”, dijo Canelo emocionado. “Nunca dejes de luchar”.
Conmovido, Mateo recibió los guantes y un equipo completo de entrenamiento, además de una invitación para entrenar en un gimnasio profesional.
La historia de Mateo no solo conmovío a Canelo, sino al mundo entero, demostrando que los sueños no tienen límites cuando se lucha con pasión y determinación.
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