En una finca de Jalisco, entre el polvo seco del atardecer y los mugidos de ganado, Saúl “Canelo” Álvarez pasea en silencio. Su mente está en Riad. No por fe ni por gloria, sino porque allá, a miles de kilómetros, un jeque saudita está escribiendo su próximo capítulo… con tinta de oro y cláusulas de contrato.
La pelea contra Terence Crawford será posible gracias a la chequera de Turki Alalshikh, el poderoso funcionario árabe que ha transformado los sueños imposibles del boxeo en carteleras fastuosas. Pero lo que para algunos es un milagro, para otros es una advertencia: ¿a quién pertenece el boxeo ahora?
Turki no solo financia. Ahora, promete. Desde una llamada inesperada en medio de una conferencia que parecía rutinaria, anunció que los resultados de la cartelera entre Shakur Stevenson y Zepeda, y entre Sheeraz y Berlanga, determinarán los próximos rivales de Canelo y Gervonta Davis. Una afirmación que rozó lo delirante. El calendario real —y el sentido común— dicen otra cosa: Gervonta tiene una revancha pendiente con Roach el 16 de agosto; Canelo aún debe vencer a Crawford, algo que nadie en su sano juicio se atrevería a dar por hecho.
¿Entonces qué ocurre? ¿Está perdiendo el juicio el jeque saudita?
Nada de eso. Lo que pierde Turki no es la memoria, sino la paciencia. Tras varias carteleras tibias y lujosas pero sin alma, necesita resultados. Necesita emoción. Necesita que el boxeo parezca otra vez boxeo, y no solo un desfile de nombres y bolsillos llenos. Por eso lanza promesas al aire como carnadas. Promesas que, en muchos casos, ni siquiera están respaldadas por conversaciones reales, como lo confirmaron los representantes de Gervonta Davis al desmentir cualquier contacto con el jeque.
En esa desesperación por revivir el show, Turki también apuesta todo a Sheeraz. ¿Por qué? Porque lo quiere convertir en su nueva estrella musulmana. Y si vence a Berlanga, el camino hacia Canelo estaría “libre”, gracias al contrato de cuatro peleas ya firmado por el mexicano. Pero el problema es doble: uno, que Sheeraz aún no ha demostrado ser rival de élite; dos, que Turki ya ha manipulado el pasado.
¿Cómo olvidar aquella bochornosa noche en Arabia, cuando el jeque reveló las tarjetas de los jueces y ayudó descaradamente a Sheeraz a conseguir un empate que no merecía ante Carlos Adames? Esa vez no ganó el boxeo. Ganó el poder.
Ahora, Berlanga entra al ring con dos oponentes: Sheeraz y el sistema. La única vía de victoria es el nocaut. De lo contrario, los “rounds cerrados” ya tienen nombre.
¿Y si Sheeraz vence? El panorama es incierto. Su récord luce imponente, pero lo forjó en peso medio. Apenas lleva una pelea en supermediano. Contra Canelo, sería más una figura de escaparate que un oponente legítimo. Otra “gran pelea” de papel, inflada por rankings complacientes y narrativas falsas.
A todo esto, Turki agrega otro anuncio: Haney vs Ryan García II es casi un hecho. Y ahí es donde los puristas ya no aguantan más. Con Teófimo López en plenitud y Haney en su mejor momento, ¿por qué repetir un combate donde uno ya demostró ser muy superior? La respuesta es clara: porque Ryan, incluso derrotado, vende.
El boxeo siempre ha bailado con el dinero. Pero antes, al menos, el honor marcaba el compás. Hoy, con Turki en el centro de la pista, la música suena diferente. Luce espectacular, sí. Pero el alma… el alma ya no vibra igual.
Quizá, cuando Canelo mire a los ojos a Crawford en Arabia, también estará enfrentando algo más grande: no solo a un campeón invicto, sino al dilema de todo el boxeo moderno. La pregunta ya no es quién ganará. La verdadera pregunta es: ¿cuánto vale el alma del boxeo?
Y lo más inquietante de todo… es que puede que alguien ya la haya vendido.
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