Saúl “Canelo” Álvarez, uno de los boxeadores más exitosos y reconocidos a nivel mundial, fue protagonista de un sorprendente episodio en un concesionario de lujo en Beverly Hills.
La historia, que ha dado mucho de qué hablar, dejó en evidencia los prejuicios y estereotipos que persisten incluso en los entornos más exclusivos.
La tarde transcurría con normalidad en el concesionario Mayer Porsche. Entre los clientes habituales, un hombre vestido con jeans, una camiseta sencilla y una gorra negra ingresó para observar los vehículos en exhibición.
Su apariencia no llamó la atención de nadie, salvo del dueño del concesionario, Richard Lamford, quien, al notar su presencia a través de las cámaras de seguridad, ordenó a su vendedor, Harrison, que lo atendiera con cierta desconfianza.

Desde el primer instante, la actitud de Harrison reflejaba prejuicio. Con una sonrisa forzada y un tono condescendiente, recibió al cliente y se sorprendió cuando éste mostró interés en un Porsche 911 Turbo S, un modelo exclusivo y de alto costo.
Intentó disuadirlo con comentarios sobre su elevado precio, insinuando que no estaría dentro de su presupuesto. Sin embargo, la respuesta del hombre dejó atónito al vendedor: “Lo quiero”.
Richard, al notar la conversación, intervino para dejar claro que el concesionario no permitía pruebas de manejo sin una intención de compra real y que no hacían financiaciones. Con un tono arrogante, insinuó que el hombre no podría pagar el vehículo. Fue entonces cuando la historia tomó un giro inesperado.
El cliente, con una calma impresionante, confirmó que compraría el Porsche de inmediato y en efectivo. Para sorpresa de todos, realizó una llamada y, en menos de cinco minutos, un hombre con traje oscuro y gafas de sol llegó al concesionario con un maletín.
Al abrirlo, fajos de billetes de 100 dólares llenaban su interior, sumando la impresionante cantidad de 200,000 dólares.
Richard y Harrison quedaron petrificados. Fue entonces cuando el cliente finalmente reveló su identidad: “Saúl Álvarez, pero la mayoría me conoce como Canelo”. Un escalofrío recorrió al dueño del concesionario, quien de inmediato intentó disculparse. Pero ya era demasiado tarde.
Con un aire de tranquilidad, Canelo cerró el maletín y sentenció: “No quiero el coche. No compraría en un lugar donde me juzgan por mi apariencia”. Acto seguido, salió del concesionario con la misma calma con la que había entrado, dejando a Richard y Harrison sumidos en la incredulidad y el arrepentimiento.
El episodio no solo dejó una lección sobre prejuicios y apariencias, sino que también expuso el impacto que una actitud despectiva puede tener en los negocios. Canelo, además de ser un atleta de elite, demostró que la verdadera grandeza radica en la dignidad y el respeto propio.
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