El sol de la tarde resplandecía sobre la fachada de cristal de Lux Autos, la concesionaria de automóviles más exclusiva de Monterrey.

En su interior, la gerente Clara Mendoza, impecablemente vestida, dirigía cada interacción con la precisión de un cirujano. Su objetivo era claro: mantener el nivel de exclusividad que caracterizaba el lugar. Para ella, el tiempo era dinero y no todos merecían estar allí.

Fue entonces cuando un hombre de vestimenta sencilla se detuvo frente a la vitrina, observando los relucientes deportivos con una mirada que reflejaba determinación.

Desde su posición, Clara lo analizó con desdén, convencida de que no era el tipo de cliente que encajaba en su concesionaria. Decidida a evitar una “pérdida de tiempo”, se acercó con una sonrisa tensa.

—¿En qué puedo ayudarle? —preguntó, disfrazando su impaciencia con una formalidad distante.

—Estoy interesado en algunos modelos —respondió el hombre con calma, sin inmutarse ante su actitud.

Mientras recorría el showroom, Clara lo seguía de cerca, cada vez más convencida de que debía poner fin a la conversación. Cuando él se detuvo frente a un Ferrari rojo en el centro del recinto, ella no pudo evitar soltar una risa contenida.

—Es un modelo exclusivo, su precio supera los tres millones de pesos —dijo, con una ceja arqueada—. No quiero hacerle perder su tiempo.

Pero el hombre no se dejó intimidar.

—Quiero conocer todos los detalles.

Clara, con los brazos cruzados, decidió cortar la interacción.

—Tal vez esta concesionaria no sea lo que está buscando. Podría recomendarle otro lugar más adecuado.

Entonces, el silencio se hizo pesado. El hombre sostuvió su mirada con firmeza y, con un tono tranquilo pero cargado de un matiz desafiante, preguntó:

—¿Cree que no debería estar aquí?

Clara titubeó, pero su orgullo habló primero.

—Solo intento ser honesta. Aquí manejamos un cierto estándar.

El hombre dio un paso adelante y sonrió con ironía.

—Tal vez debería prestar más atención a los clientes, porque a partir de hoy, todos los que entren aquí serán tratados con respeto.

Clara frunció el ceño, desconcertada.

—¿Qué quiere decir?

El hombre sacó de su bolsillo una llave dorada. La sostenió en alto, permitiendo que ella asimilara la situación.

—Porque yo soy el nuevo dueño de esta concesionaria.

El silencio fue absoluto. Clara sintió que el mundo se detenía a su alrededor mientras la realización la golpeaba con fuerza. Aquel hombre que había subestimado no solo podía permitirse cualquier auto del showroom, sino que ahora era su jefe.

Era el inicio de un nuevo capítulo para Lux Autos, y una lección que Clara nunca olvidaría.