Ciudad de México – La historia del boxeo mexicano está llena de noches gloriosas, de ídolos que transforman el dolor en arte, y de enemigos que subestimaron la furia contenida bajo unos guantes tricolores. Pero pocas noches han sido tan simbólicas como la del 14 de septiembre de 2024, cuando Saúl “Canelo” Álvarez impartió una verdadera cátedra de humildad sobre el cuadrilátero ante Edgar Berlanga, el retador puertorriqueño que confundió arrogancia con grandeza.
El combate, celebrado durante la tradicional noche patria, era más que una defensa de títulos. Era un ajuste de cuentas emocional. Berlanga, invicto y con fama de noquear en el primer asalto, llegó con un récord intimidante, pero con un ego aún más voluminoso. En la conferencia de prensa previa, no solo desafió al campeón, sino que se atrevió a burlarse de su legado de una forma que desató la furia contenida de todo un país.
Canelo, quien ha aprendido a domar la presión y los insultos con años de experiencia en la élite, no dejó pasar la oportunidad. Lo dejó claro con cada palabra y luego, con cada golpe: esta vez no se trataba de ganar por puntos, sino de darle una lección a quien se atrevió a cruzar una línea invisible.
Desde el primer campanazo, el mexicano rompió con su estilo tradicional de estudio y paciencia. Salió agresivo, como un torero que no da vueltas. Berlanga, más pesado por casi 20 libras, optó por la cautela. El respeto a la pegada de Canelo se notaba. El puertorriqueño parecía resolver ecuaciones en su cabeza antes de lanzar cada golpe, pero el margen de error era mínimo. Y un solo paso en falso lo llevaría al suelo.
Y así fue. En el tercer asalto, un cruzado de izquierda de Álvarez lo sentó. Berlanga, por segunda vez en su carrera, besaba la lona. Y aunque se levantó, su actitud desafiante ya no tenía el mismo tono. Lo que siguió fue una danza feroz de resistencia, orgullo y estrategia. El puertorriqueño intentó penetrar la guardia del campeón, pero sus ataques eran tan predecibles que parecían escritos con plantilla.
Mientras tanto, Canelo no aflojaba. Con cada round, subía la presión. El tapatío sabía que Berlanga tenía poder, pero no inteligencia de combate. El verdadero peligro estaba en el desgaste. Soltar tanta furia podía costarle energía, y cuando la pelea llegó a los últimos asaltos, ambos lucían agotados. Cada segundo se convirtió en una batalla mental.
Pero fue en el décimo asalto donde el drama alcanzó su punto máximo. Al sonar la cuenta regresiva, Canelo cometió un error casi imperdonable: bajó la guardia pensando que la ronda había terminado. Berlanga, astuto y desesperado, aprovechó para soltar un golpe por sorpresa. El público se dividió: ¿fue traición o estrategia? Lo cierto es que el asalto seguía, y la furia del mexicano se encendió aún más.
Los últimos dos episodios fueron una guerra. Nadie se rindió, ninguno cayó otra vez, pero el dominio técnico, la defensa casi perfecta y la presión constante marcaron la diferencia. Berlanga fue valiente, sí. Pero valiente no significa sabio. Y en boxeo, el respeto no se exige con palabras: se gana con clase.
Cuando el anunciador tomó el centro del ring, no hubo sorpresa. Decisión unánime. Los jueces no solo dieron la victoria a Canelo: confirmaron que Berlanga acababa de asistir a un curso intensivo de lo que significa enfrentar a un verdadero campeón. Una “masterclass” no solo de boxeo, sino de humildad, que quedará grabada en los libros dorados de este deporte.
Epílogo tricolor: A veces el destino escribe sus páginas con sangre, sudor y un poco de orgullo herido. Esta fue una de esas noches. Berlanga aprenderá. Canelo recordó al mundo por qué su nombre está escrito con tinta indeleble en la historia del pugilismo mexicano.
¿Y tú? ¿Crees que Berlanga merecía más reconocimiento o fue justo castigo por su arrogancia? ¿Qué otro combate icónico de Canelo debería revivirse? Nos leemos en los comentarios.
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