El Día que el Boxeo Fue Traicionado: El Escándalo en Tucumán que Avergonzó al Deporte Mundial

Lo que debía ser una noche de gloria deportiva se convirtió en uno de los episodios más oscuros y vergonzosos de la historia del boxeo mundial. Ante una multitud enardecida y cámaras de televisión transmitiendo en vivo, el Club Defensores de Villa Luján fue testigo no de una defensa épica del título, sino de una vergonzosa manipulación que aún retumba en la memoria del deporte.

Juan Martín “Látigo” Coggi, campeón superligero de la Asociación Mundial de Boxeo (AMB), defendía su corona ante el colombiano Éder González, un retador valiente, silencioso y determinado. Nadie imaginaba que esa noche pasaría de combate intenso a burla descarada a las reglas más básicas del boxeo.

Desde el inicio, González mostró respeto pero también firmeza. Supo resistir la presión del campeón y del público local. En el segundo asalto, un derechazo brutal lo cambió todo: Coggi cayó a la lona, desorientado, tocando el abismo del nocaut. Pero lo que debía ser una cuenta reglamentaria se convirtió en una secuencia de irregularidades dignas de una obra de ficción.

El árbitro Isidro Rodríguez no solo evitó iniciar la cuenta, sino que ayudó físicamente al campeón a mantenerse en pie. En medio de la confusión, un miembro del equipo de Coggi subió ilegalmente al ring, obstaculizando a González, mientras la esquina argentina ganaba segundos vitales. Como si fuera poco, la campana sonó… antes de tiempo. Años después se revelaría que fue tocada deliberadamente por Jorge “Locomotora” Castro, amigo de Coggi, para salvarlo de una caída casi segura.

El patrón se repitió. El descanso entre el segundo y tercer asalto duró casi 90 segundos, y en el tercer round, mientras González conectaba una ráfaga de golpes —25 en total sin respuesta—, el árbitro volvió a intervenir sin justificación, cortando el impulso del colombiano. De nuevo, la campana sonó prematuramente. Dos veces salvado por un sonido que no respetó los tres minutos reglamentarios.

En el quinto asalto, González volvió a derribar a Coggi. Era clara la caída. Pero Rodríguez, como si no existiera la realidad ante sus ojos, la decretó como resbalón. La incredulidad reinaba ya no solo en la esquina colombiana, sino en todo aquel que veía la transmisión. ¿Qué más tenía que ocurrir para que la pelea se detuviera de manera justa?

Coggi, poco a poco, gracias a cada segundo “extra” de descanso, a cada intervención dudosa, empezó a recuperar terreno. González, frustrado y agotado por golpear a un rival que parecía tener la protección de las mismísimas reglas, comenzó a ceder. En el séptimo asalto, con su energía menguante y la moral desgastada, fue finalmente vencido por una combinación que lo dejó sin respuesta. Esta vez sí, el árbitro detuvo la pelea. Técnica y oficialmente, Coggi ganó por nocaut técnico. Pero nadie, absolutamente nadie, se tragó la versión oficial.

El público, lejos de celebrar, arrojó objetos al ring. Los silbidos de indignación se mezclaban con gritos de vergüenza. La AMB, ante el clamor internacional, ordenó una revancha y suspendió al árbitro Isidro Rodríguez de por vida. Una admisión tácita de que esa noche fue una parodia del deporte.

Lo que quedó en la retina de miles de espectadores no fue un combate, fue un montaje. Fue el momento en que el boxeo se miró en el espejo y vio su peor cara: la del favoritismo descarado, la corrupción velada y la pérdida total de integridad.

Porque el 17 de diciembre de 1993, en Tucumán, no se ganó un título… se perdió la dignidad del boxeo.