“Ryan García se desploma en Times Square: la noche que destruyó el negocio y expuso a un ídolo de papel”

Ciudad de Nueva York – Lo que prometía ser una noche histórica de boxeo bajo las luces icónicas de Times Square terminó convertido en un desastre millonario, mediático y deportivo. Ryan García, una de las figuras más promocionadas de su generación, cayó estrepitosamente ante un Rolly Romero que supuestamente estaba ahí solo para hacerlo brillar. Pero el destino, el boxeo y la realidad se encargaron de romper el guion.

La velada, organizada con bombos y platillos por el polémico promotor Turkelashik y Óscar de la Hoya, fue diseñada como trampolín directo para una revancha multimillonaria entre Ryan y Devin Haney. Toda la producción, desde las gráficas épicas hasta el cierre simbólico de Times Square, buscaba una sola cosa: construir una narrativa triunfal para Ryan. Lo que obtuvieron, en cambio, fue una de las caídas más vergonzosas en años recientes.

Desde los primeros asaltos, el combate dejó claro que no iba a ser el show que los organizadores esperaban. Ryan, lejos de mostrar hambre, técnica o poder, se vio superado por un Rolly Romero más enfocado, más disciplinado y sorprendentemente más técnico. El arma secreta de García —ese gancho de izquierda relampagueante— fue completamente neutralizado por una guardia alta y una estrategia clara del equipo de Rolly, comandado por el veterano Ismael Salas.

En el segundo round, cuando García intentó definir el combate con su golpe insignia, Rolly lo leyó con precisión quirúrgica, lo contragolpeó con la misma arma, y lo mandó a la lona. El momento fue simbólico: la estrella de Instagram se desplomaba no solo física, sino simbólicamente, ante un oponente considerado por muchos como un “campeón inventado”.

A partir de ahí, la apatía de Ryan se hizo evidente. No había ajuste de estrategia, no había urgencia, no había fuego. Mientras su entrenador Derrick James le rogaba que lanzara combinaciones, García parecía más preocupado por no caer de nuevo que por ganar. Para el round 12, con la pelea completamente perdida en las tarjetas, ni siquiera intentó ir por el nocaut.

¿La explicación? Algunos culpan a la falta de preparación táctica. Otros, a su mentalidad. Pero el factor que nadie puede ignorar es el historial de doping que manchó su victoria contra Haney, y que dejó en el aire una pregunta incómoda: ¿qué tan real era esa versión de Ryan?

Sin sus “vitaminas mágicas”, su poder mermado y su confianza rota, Ryan García quedó expuesto. No como un fraude total, pero sí como un peleador unidimensional, incapaz de adaptarse cuando su único recurso no funciona. Un talento comercial más que deportivo.

Y si su derrota fue devastadora, el daño colateral al negocio fue catastrófico. Devin Haney, presente en el evento para iniciar la promoción inmediata de la revancha, quedó plantado. Óscar de la Hoya, cuya promotora dependía del brillo de Ryan, vio cómo se esfumaban millones en derechos, patrocinios y credibilidad. Y Turkelashik… bueno, revivió su peor pesadilla: otro evento de “superestrellas” colapsado por una derrota no planeada, como ya ocurrió con Wilder y Joshua.

Ahora, el futuro es incierto para todos. Rolly Romero, aunque victorioso, sigue sin convencer como verdadero campeón. Ryan García, millonario pero cada vez más cuestionado, parece más cerca del retiro que de una redención. Y los fans del boxeo, cansados del humo, solo exigen una cosa: menos circo, más boxeo.

Porque en Times Square, esa noche, no solo cayó un boxeador. Cayó una industria entera que sigue apostando al marketing por encima del mérito.