“No fue Golovkin, fue Lara”: La confesión que cambió el legado de Canelo y unió a México con Cuba sobre el ring

Guadalajara – Lo que comenzó como una conversación informal entre rounds de entrenamiento se convirtió en el giro más inesperado del boxeo contemporáneo. Saúl “Canelo” Álvarez, el ídolo de millones, el campeón indiscutido, rompió su propio silencio y reconoció lo que por años había evitado: su pelea más difícil no fue contra Mayweather, ni contra Golovkin… sino contra Erislandy Lara.

Aquel combate de 2014, polémico desde el anuncio hasta la decisión dividida, siempre quedó flotando en el aire como una cuenta pendiente. Aunque los jueces dieron la victoria al mexicano, muchos vieron en el cubano a un maestro del desplazamiento, un espectro imposible de atrapar. Pero fue solo en mayo de 2025, en su gimnasio de Guadalajara, cuando Canelo finalmente lo dijo en voz alta: “Lara me hizo cuestionarme todo lo que sabía de boxeo.”

La noticia corrió como pólvora. Las redes estallaron. En los parques, en las cantinas, en las esquinas de Tepito y las plazas de La Habana, se discutía con fervor. ¿Estaba pidiendo una revancha? ¿Era un mea culpa? ¿Un intento por reconciliarse con su pasado?

Pero nadie anticipó lo que vendría después.

Durante una multitudinaria conferencia de prensa en el Hotel Hilton, Canelo, con semblante sereno, anunció lo impensable: había invitado a Erislandy Lara a formar parte de su equipo como asesor técnico. Y más aún: Lara aceptó.

El silencio del salón de prensa fue sustituido por un estruendo de murmullos y exclamaciones cuando, por una puerta lateral, apareció el cubano. Ambos se estrecharon la mano con respeto genuino. Lara, con su acento caribeño inconfundible, lo dijo claro: “Un verdadero campeón no es solo quien gana, sino quien nunca deja de aprender.”

Durante seis semanas, dos escuelas históricamente antagónicas –la mexicana y la cubana– convivieron en el mismo gimnasio. Entre guantes, pasos laterales, fintas y contragolpes, la técnica evasiva de Lara comenzó a filtrarse en el estilo explosivo de Canelo. Lo que antes fue un obstáculo, ahora era una herramienta. Lo que fue rivalidad, ahora era alianza.

Y así llegó la noche clave: Canelo vs. Dmitry Bivol II. Las Vegas, abarrotada. En su esquina, junto a Eddie Reynoso, ahora también estaba Lara. Y el resultado fue simplemente deslumbrante: Canelo, renovado, movedizo, elusivo, aplicó una combinación letal de inteligencia cubana con potencia mexicana. Bivol cayó dos veces. El nuevo Canelo nació ahí, entre luces, aplausos y respeto.

En la entrevista posterior, el tapatío lo resumió así: “Este triunfo no es solo mío. Es de México, de Cuba, del verdadero arte del pugilismo.” Y lo selló abrazando a Lara en el centro del ring, bajo una lluvia de flashes que no captaban solo una victoria, sino un símbolo.

La imagen de ambos con los brazos alzados fue portada de The New York Times, El País y La Jornada. En Tepito comenzaron a pintarse murales. En La Habana, entrenadores veteranos lloraban al ver a su pupilo ser parte del renacimiento de un campeón mexicano.

Pero Canelo fue más allá: anunció la creación de la Fundación Álvarez-Lara, dedicada a abrir gimnasios en barrios marginales de México, Cuba y Estados Unidos. No se trataba ya de boxear: se trataba de transformar vidas.

Seis meses después, desde una playa de Cancún, Canelo y Lara caminaban descalzos sobre la arena mientras jóvenes boxeadores entrenaban cerca, replicando esa fusión inédita. “Nunca es tarde para aprender del rival que más te exigió”, dijo Canelo. “Y nunca es tarde para convertir los golpes en lecciones.”

Así, el ring no fue solo testigo de una pelea histórica, sino de la paz posible entre dos mundos.