En una tarde soleada en el tranquilo pueblo de Guadalajara, las calles estaban llenas de vida con familias paseando y niños jugando.

En el corazón del pueblo, un pequeño restaurante llamado “La Casa de Sabor” era famoso por sus deliciosos tacos y su hospitalidad. Pedro, el mesero principal, era conocido por su amabilidad y su forma de hacer sentir a todos como en casa.

Un día, mientras Pedro organizaba algunas mesas, un niño de unos 10 años entró al restaurante. Tenía el cabello rizado y una sonrisa brillante que iluminaba su rostro. El niño, llamado Diego, se veía un poco perdido, mirando a su alrededor con curiosidad.

—Hola, pequeño. ¿Qué te gustaría comer? —preguntó Pedro con una sonrisa.

—Hola. No sé… ¿Cuál es tu taco favorito? —respondió Diego mirando el menú con atención.

Pedro pensó por un momento y luego dijo:

—Definitivamente, mis tacos al pastor. Tienen un sabor increíble. ¡Te prepararé uno!

Diego asintió con entusiasmo y, mientras Pedro iba hacia la cocina, no sabía que este niño guardaba un gran secreto: era el hijo de una de las estrellas más grandes del boxeo, Canelo Álvarez. Diego quería vivir su infancia como cualquier otro niño, sin ser reconocido por quien era su padre.

Cuando Pedro regresó con el taco, colocó el plato frente a Diego.

—Aquí tienes. Espero que te guste.

Diego dio un mordisco y su rostro se iluminó.

—¡Está delicioso!

Pedro sonrió, orgulloso de su trabajo. Pero en ese momento, un grupo de turistas entró al restaurante. Uno de ellos, un hombre con una camiseta que decía “Canelo Fan”, preguntó:

—¿Alguien ha visto a Canelo hoy? Se suponía que vendría a firmar autógrafos.

Pedro sintió un escalofrío. Miró a Diego y se preguntó si realmente era el hijo del boxeador. Mientras tanto, Diego escuchó la conversación y sonrió, pero decidió no decir nada. Querió seguir disfrutando de su taco sin la presión de ser reconocido.

Después de comer, Diego salió a jugar en la plaza frente al restaurante. Pedro, al verlo tan feliz, decidió unirse a él y otros niños que jugaban al fútbol. Pero la felicidad de Diego atrajo la atención de los turistas, y uno de ellos lo reconoció.

—¡Ese es el hijo de Canelo Álvarez! —gritó una mujer.

Pedro se detuvo en seco. Miró a Diego, quien parecía nervioso. En un instante, el niño estaba rodeado de gente pidiéndole fotos y autógrafos. Diego se sintió abrumado.

—¡Por favor, denle espacio! —gritó Pedro tratando de protegerlo.

Pedro tomó la mano de Diego y lo llevó de vuelta al restaurante. Una vez dentro, cerró la puerta y respiró hondo.

—Lo siento mucho. No pensé que te reconocerían.

Diego, con una sonrisa en el rostro, respondió:

—No te preocupes. Estoy acostumbrado. A veces es difícil, pero quiero que las personas me vean como soy, no solo como el hijo de Canelo.

Pedro comprendió el sentimiento de Diego y tuvo una idea. Al día siguiente, organizó un torneo de fútbol en la plaza, donde Diego pudiera jugar con otros niños sin la presión de ser una celebridad. El evento fue un éxito. Los niños se divirtieron y Diego hizo nuevos amigos.

En medio del evento, un hombre alto entró al restaurante. Era Canelo Álvarez. La multitud se detuvo y lo miró con atención. Diego corrió hacia él y lo abrazó fuertemente.

—¡Papá! —gritó Diego con felicidad.

Canelo sonrió al ver a su hijo rodeado de alegría y comprendió lo importante que era para Diego tener su propia identidad. Se acercó a Pedro y le dio la mano.

—Gracias por cuidar de mi hijo.

Pedro, sorprendido, respondió:

—Es un honor. Solo quería que pudiera ser un niño normal y disfrutar de lo que ama.

Desde aquel día, Pedro y Canelo se convirtieron en amigos. “La Casa de Sabor” no solo fue famosa por sus tacos, sino también por ser el lugar donde un niño y su héroe pudieron disfrutar de la vida sin la presión de la fama.