Tyson, Foreman y Ali: una historia de rencor, redención y perdón en el corazón del boxeo

El mundo del boxeo quedó sorprendido cuando Mike Tyson, conocido tanto por su poder demoledor como por su franqueza brutal, rompió el silencio tras el fallecimiento de George Foreman a los 76 años. Pero en lugar de un homenaje, Tyson dejó una declaración cargada de resentimiento: “Nunca lo perdonaré por lo que le hizo a Muhammad Ali”.

Para entender la profundidad de estas palabras, es necesario volver a 1974, al legendario combate “Rumble in the Jungle” entre Foreman y Ali. En aquel entonces, Foreman era una máquina imparable de 25 años, campeón invicto, que venía de destruir a Joe Frazier en dos asaltos. Ali, por otro lado, era visto como un guerrero envejecido, desacreditado por su oposición a la guerra de Vietnam.

Sin embargo, Ali desafió las expectativas. Con su táctica “rope-a-dope”, dejó que Foreman se agotara lanzando golpes hasta quedarse sin energía. En el octavo asalto, Ali contraatacó y lo noqueó. Para el mundo, fue una victoria histórica; para Tyson, una lección de grandeza. Pero también, una herida que nunca sanó.

Tyson creció idolatrando a Ali. En las calles de Brooklyn, encontró en él un símbolo de fuerza, dignidad y resistencia. Admiraba su habilidad en el ring, pero aún más, su lucha fuera de él. Ver a Foreman burlarse de Ali antes del combate, minimizar su legado, y luego justificar su derrota con excusas infundadas —como haber sido drogado— fue, para Tyson, imperdonable.

Décadas más tarde, la muerte de Foreman reabrió esas heridas. Pero lo que Tyson no esperaba era la respuesta de Foreman.

Lejos del joven arrogante de los años 70, el Foreman de sus últimos años era un hombre cambiado: predicador, hombre de fe, y lleno de humildad. En una entrevista, confesó: “Me arrepiento de cómo traté a Muhammad Ali. Era joven, arrogante, y pensaba que era invencible. Ali me humilló, y me enseñó una lección que jamás olvidé”.

Esa derrota lo llevó a una profunda crisis existencial. En 1977, tras una experiencia cercana a la muerte, Foreman abandonó el boxeo durante una década, dedicándose a la espiritualidad. Con el tiempo, Ali y Foreman se reconciliaron. Incluso se hicieron amigos. Ali fue quien ayudó a Foreman a sanar, llamándolo “uno de mis oponentes más duros” y asegurándole que no era un fracaso.

Cuando Tyson finalmente escuchó todo esto, algo cambió. “Si Ali lo perdonó, ¿quién soy yo para seguir con ese odio?”, dijo en una entrevista posterior.

Esta historia trasciende el boxeo. Habla de crecimiento, redención y la fuerza del perdón. Tyson aprendió que la verdadera grandeza no está solo en el poder de los puños, sino en la capacidad de dejar ir el pasado. Porque, como dijo Foreman, “el rencor solo destruye desde dentro”. Y quizá, al final, esa es la mayor victoria de todas.