Con una crítica contundente, el excampeón mundial defendió el origen humilde del boxeador mexicano y puso en su lugar al comentarista de ESPN.
En un país donde la pobreza no es solo estadística, sino experiencia diaria, el boxeo ha sido por décadas una de las pocas salidas para miles de jóvenes que no encontraron puertas abiertas, sino muros. Y nadie lo sabe mejor que Juan Manuel Márquez.
Esta semana, el excampeón mundial explotó contra el comentarista de ESPN, Álvaro Morales, cuyas recientes declaraciones pusieron en duda la esencia del boxeador mexicano. Con voz encendida y convicción que solo puede venir del que ha vivido el fango y el triunfo, Márquez respondió no solo a Morales, sino a toda una narrativa elitista que aún desprecia el origen humilde del peleador.
“Nadie se parte el alma en un ring por romanticismo. Nos subimos porque fue lo único que encontramos para salir del hambre”, sentenció Márquez.
Para el legendario pugilista capitalino, el boxeo no es deporte en el sentido tradicional. No es como el fútbol o el tenis, donde muchos niños empiezan a entrenar en academias privadas soñando con la gloria. El boxeo, dijo, no nace del deseo de fama: nace de la urgencia.
“Los boxeadores no vienen de la clase aristocrática. Vienen del lumpen, del proletariado. El ring es su única puerta de salida.”
“El hambre es la que forma campeones”
En un mundo que aplaude la resiliencia pero le teme a sus orígenes, Márquez defendió la necesidad de visibilizar la raíz común de casi todos los grandes deportistas: la carencia.
“Díganme uno solo que haya sido grande sin pasar hambre. ¿Jordan? ¿Messi? ¿Ronaldo? Todos tuvieron carencias”, reclamó.
Para él, esa es la materia prima del éxito: no el talento nato, sino la necesidad de cambiar el destino. La adversidad, insistió, no es una traba, sino un impulso. Y es precisamente por eso que el boxeador no se forma en gimnasios cinco estrellas, sino en patios de tierra, con guantes prestados y zapatos rotos.
Márquez recordó su propia historia: desde los entrenamientos en la Colonia Narvarte hasta las noches donde no había cena después del gimnasio. Años más tarde, cuando le ofrecieron millones por una quinta pelea con Manny Pacquiao, dijo que no.
“Ya no peleaba por dinero. Ya tenía lo que necesitaba. Para mí, en ese momento, la dignidad valía más.”
Contra el clasismo del micrófono
Las palabras de Álvaro Morales, si bien no fueron textualmente citadas en la intervención de Márquez, parecen haber insinuado una visión reduccionista del boxeador: como si fuera menos atleta, menos disciplinado, menos “deportivo”. Esa lectura fue lo que encendió la furia del excampeón.
“Yo no los considero deportistas, son atletas. Pero no como los que nacen en clubes de golf o escuelas privadas. Son atletas forjados en el hambre.”
La respuesta no fue solo un ajuste de cuentas personal. Fue una defensa pública del boxeador mexicano como figura social. Márquez se erigió como vocero de todos los que entrenan con costales de cemento y agua, de los que madrugan para correr entre camiones y venden gelatinas para comprarse un protector bucal.
“No hay gloria sin dolor. El boxeo no es juego. Cada golpe es una moneda apostada por el futuro.”
La dignidad como bandera
Si algo dejó claro Márquez, es que llegar a la cima no te desconecta de tus raíces. Al contrario: te obliga a honrarlas. A reconocer que el hambre que un día te empujó al ring, también es la que te mantiene firme cuando el dinero ya no hace falta.
“Quien no ha sufrido no sabe lo que cuesta un campeonato”, dijo. “Y quien no ha tenido hambre, nunca entenderá lo que significa comerse el mundo a puñetazos.”
La crítica no fue solo para Morales, sino para toda una sociedad que aplaude a los campeones en Las Vegas, pero olvida los barrios donde nacen.
“Yo no peleé por fama. Peleé por respeto. Y por mi familia.”
Un mensaje que trasciende el boxeo
Las palabras de Márquez han resonado más allá del ámbito deportivo. Entrenadores de barrios populares, jóvenes que aspiran a subirse por primera vez al ring, e incluso comentaristas retirados, han compartido su intervención como una lección de vida.
No se trató de una explosión de enojo. Fue una cátedra de realidad. Un manifiesto de orgullo por una disciplina que, a diferencia de muchas, no se aprende por capricho, sino por supervivencia.
Y mientras algunos siguen menospreciando al boxeador desde oficinas con aire acondicionado, Márquez lo resume en una frase que vale más que un cinturón:
“El hambre te impulsa. La dignidad te sostiene. Y eso, querido Álvaro, no se entrena. Se vive.”
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