“El verdadero campeón”: Canelo Álvarez conmueve al mundo con visita secreta a joven con leucemia tras su pelea en Arabia

Riad, Arabia Saudita — En la noche del 3 de mayo, mientras millones celebraban la victoria indiscutida de Saúl “Canelo” Álvarez, el campeón mexicano sorprendió al mundo no por un nocaut, sino por un acto de humanidad silenciosa. En vez de asistir a la conferencia de prensa repleta de cámaras y patrocinadores, Canelo tomó otro rumbo: una clínica en las afueras de Riad, donde un joven mexicano de 17 años, Javier Herrera, libraba la batalla más dura de su vida contra la leucemia.

La pelea había sido estratégica, metódica, sin grandes sobresaltos. William Scull se movió, evitó, sobrevivió, pero no combatió. Canelo ganó con autoridad, pero sin gloria épica. Aun así, cuando los reflectores iluminaban el cuadrilátero, algo parecía ausente en la mirada del tapatío. Eddie Reynoso, su inseparable entrenador, notó el detalle: una silla vacía en las gradas, reservada para alguien especial.

Esa noche, tras el baño, el chequeo médico y las palabras de rigor, Canelo tomó una decisión inesperada: canceló la conferencia de prensa. “Tengo algo más importante que hacer”, dijo con firmeza. Ni Carmen, su jefa de prensa, ni los patrocinadores saudíes entendían la magnitud de lo que venía.

A las 2:00 de la madrugada, vestido con ropa sencilla y una gorra sin logos, Canelo llegó a la Clínica Internacional Alnor. No había cámaras. No había seguridad excesiva. Solo un campeón mundial con una promesa por cumplir. Javier, debilitado por los tratamientos, ya no había podido asistir al combate como tanto soñaba. Sin embargo, su carta había llegado semanas antes a manos del boxeador: “Mi hijo solo quiere verte pelear antes de que sea demasiado tarde”.

Canelo entró en la habitación 207 con la faja blanca de entrenamiento aún manchada de sudor. El muchacho dormía, pero al sentir la presencia, abrió lentamente los ojos. Lo reconoció. Lo susurró: “Canelo… ¿de verdad eres tú?” Y así, sin flashes, sin entrevistas, comenzó una conversación íntima entre dos guerreros. Uno sobre el ring. El otro, en una cama de hospital.

Durante casi dos horas, Canelo narró anécdotas de la pelea, le mostró un cinturón de juguete tricolor, lo llamó “el verdadero campeón” y, en un gesto inesperado, le envolvió la muñeca con la faja que lo había acompañado en cada entrenamiento del campamento. “Está impregnada de esfuerzo, sacrificio y de momentos en que quise rendirme pero seguí. Quiero que esa fuerza esté contigo”.

Las lágrimas no tardaron. Javier, sus padres, e incluso una enfermera que presenció el momento, sabían que aquello no era común. Al día siguiente, sin buscarlo, el video publicado por la madre del joven se volvió viral: Canelo imitando a su rival para hacer reír al chico. “No pidió cámaras. No quiso publicidad. Solo vino a darle fuerza a mi hijo”, escribió.

Mientras los medios del mundo debatían sobre su ausencia en la conferencia, las redes celebraban un acto puro. Los mismos comentaristas que lo habían criticado, ahora titulaban: “Más campeón que nunca”. La historia cruzó continentes. Las marcas que al principio se molestaron, terminaron elogiando el “valor humano de nuestra imagen”.

Canelo, sin embargo, no capitalizó el momento. Rechazó entrevistas exclusivas. “No voy a convertir el sufrimiento de ese niño en espectáculo”, dijo tajante. Solo aceptó visibilizar a la ONG que ayudó a Javier a viajar, y ofreció donaciones para que más niños pudieran cumplir sus sueños.

El 4 de mayo, regresó a la clínica con Eddie Reynoso y una caja llena de guantes firmados por leyendas como Julio César Chávez. “Dicen que tú sí sabes lo que es pelear rounds difíciles”, bromeó. Javier volvió a reír. Prometieron verse en Guadalajara, aunque todos sabían que era una promesa simbólica.

Porque esa noche, en esa habitación 207, no se habló de boxeo. Se habló de vida. Y de cómo un campeón puede usar su gloria para iluminar la oscuridad de otro.