Juan Manuel Márquez vs. Joel Casamayor: El Día que “Dinamita” Estalló en Las Vegas

Por “El Rayo Deportivo”

13 de septiembre de 2008. MGM Grand, Las Vegas.

Esa noche no se trataba de un simple combate. No era solo boxeo. Era un ajuste de cuentas. Un duelo largamente anunciado entre dos veteranos con cuentas pendientes, con historia, con heridas que iban más allá de los guantes. Juan Manuel Márquez, el respetado ídolo mexicano, y Joel Casamayor, el provocador campeón cubano, se enfrentaron en un combate que encendió pasiones y cerró bocas.

Desde los días de sparring ya se cocinaba el odio. Casamayor, apodado “El Cepillo”, no ocultaba su antipatía por Márquez. En los entrenamientos, con la careta puesta, había logrado momentos de lucidez frente al “Dinamita”, y eso bastó para alimentar un ego que se desbordaría en los micrófonos. Provocador por naturaleza, Casamayor llegó al pesaje con arrogancia, lanzando palabras como jabs venenosos. Sus desplantes ofendieron incluso a los neutrales. Márquez, fiel a su estilo, respondió con silencio y preparación.

Pero no se trataba solo de rivalidad personal. El mexicano debutaba en las 135 libras, tras una guerra reciente ante Manny Pacquiao en los superpluma. Casamayor, por su parte, era el campeón lineal, el rey de los ligeros, habiendo vencido a figuras como Diego Corrales y Michael Katsidis. Todos sabían que esta pelea iba a ser brutal.

Desde el campanazo inicial, los dos dejaron claro que no habría tregua. Casamayor inició veloz, sorprendiendo a Márquez con volados y entradas relámpago. El “Dinamita” se mostró algo desconectado, comiendo impactos innecesarios. El cubano quería demostrar que no solo hablaba bien, sino que también pegaba duro. Pero Juan Manuel es de esos guerreros que no necesitan empezar ganando para terminar triunfando.

Del tercer asalto en adelante, Márquez comenzó a imponer su clase. Su precisión, su inteligencia en el ring y su famoso contragolpe empezaron a marcar diferencias. Uppercuts certeros y ganchos a la mandíbula sacudieron al cubano. El trabajo al cuerpo era constante y despiadado. Casamayor, por momentos, se vio forzado a amarrar, a abrazar, a respirar. El azteca ya era dueño del centro del ring.

En los asaltos 6, 7 y 8, Márquez se convirtió en un cirujano. Cada combinación era medida, cada ataque tenía propósito. El cubano empezaba a evidenciar el desgaste. Sin embargo, Casamayor encontró en el octavo asalto un segundo aire y logró conectar algunos golpes que preocuparon a la esquina mexicana. Nacho Beristáin, su legendario entrenador, lo sabía: el combate en las tarjetas estaba más parejo de lo que parecía.

Fue entonces cuando llegó la orden: había que buscar el nocaut.

Márquez, consciente de que no podía dejar el resultado en manos de los jueces, soltó todo su arsenal. Sabía que el reloj era su enemigo. En el round 11, luego de una ráfaga violenta de combinaciones, una triple serie de volados mandó al suelo a Casamayor por primera vez. El público rugió. El campeón cubano se levantó como pudo, pero ya no tenía piernas, ni reflejos, ni espacio para respirar.

El mexicano no lo perdonó.

Una segunda ráfaga de diez golpes consecutivos, quirúrgicos, brutales, enviaron nuevamente a la lona a Casamayor. Esta vez, el árbitro no dudó. Detuvo el combate. Knockout técnico. Victoria para Márquez. La venganza estaba consumada. El respeto, conquistado. El silencio, impuesto.

El “Dinamita” no solo se llevó el cinturón. Se llevó también la honra, la revancha simbólica de aquellos sparring intensos, de los desplantes en conferencias, de las palabras sobrantes. Le demostró al mundo que la técnica, el coraje y la humildad pueden más que el ruido.

Casamayor, a pesar de la derrota, mostró su espíritu combativo, pero quedó claro que esa noche el verdadero león rugía desde la esquina mexicana. Y para quienes dudaban de Márquez en su debut en los ligeros, la respuesta llegó con poder, con sangre, con nocaut.

Con esa victoria, Juan Manuel Márquez no solo se consagró como uno de los mejores ligeros del planeta, también se reafirmó como una leyenda viviente del boxeo mexicano. Un guerrero que responde con puños, no con provocaciones. Un hombre que escribe su historia en el cuadrilátero, con cada impacto, con cada caída superada, con cada guerra ganada.

Porque hay boxeadores… y luego está Márquez.