A los 70 años, Leonardo Daniel rompe el silencio: la verdad jamás contada sobre el instante que transformó su existencia para siempre

Durante décadas, fue una figura respetada en la televisión latinoamericana. Admirado por sus papeles, querido por su público, pero profundamente hermético con su vida privada. Hoy, a sus 70 años, Leonardo Daniel decide hablar… y lo que cuenta, nadie lo vio venir.

En una entrevista profundamente emotiva dentro del programa El Minuto que Cambió mi Destino, el actor mexicano Leonardo Daniel abrió por primera vez una puerta cerrada durante décadas: el instante exacto en el que su vida dio un giro total, no por fama ni por fortuna, sino por una revelación que lo enfrentó consigo mismo… y con la muerte.

Hijo único de dos leyendas del arte —la actriz María Idalia y el director Lorenzo de Rodas, refugiado de la Guerra Civil Española—, Leonardo creció entre escenarios, cámaras y libretos. Pero lo que pocos sabían es que, detrás del éxito, se escondía un hombre que vivió un colapso total de cuerpo y alma durante la pandemia de COVID-19. Fue encontrado inconsciente en el suelo de su casa, su esposa creyó que había muerto. Internado de urgencia, pasó ocho días en cuidados intensivos. “Vi lo que hay más allá, y no tengo miedo”, confesó con una serenidad estremecedora.

Ese momento límite no solo lo acercó al abismo: también le devolvió el sentido de la vida. Leonardo asegura que desde entonces no desperdicia ni un segundo. Ama más, escucha más, y actúa con una convicción que nunca antes había sentido. “Ese minuto lo cambió todo. No solo sobreviví: desperté.”

Y junto con esa transformación interna, llegó también la valentía para hablar de lo que antes callaba: sus errores como esposo joven, el dolor del divorcio, la felicidad inesperada de la adopción de su hija menor, y su profundo agradecimiento a la vida —una vida que, por poco, se le escapa de las manos.

A los 70 años, Leonardo Daniel no busca fama ni redención. Solo quiere dejar testimonio de que el cambio es posible, incluso cuando todo parece estar perdido. Y que a veces, solo se necesita un minuto —uno solo— para entenderlo todo