Fue el rey del pop argentino, un ícono de la música latinoamericana durante las décadas de los 60 y 70. Pero hoy, a los 84 años, Palito Ortega vive entre recuerdos, silencios y una melancolía que jamás desapareció del todo.
Detrás de las luces del escenario y las melodías alegres que marcaron a toda una generación, se esconde una historia de lucha, pérdidas profundas y resiliencia inquebrantable.

De limpiabotas a estrella continental

Ramón Bautista Ortega nació en 1941 en Lules, un pequeño pueblo de Tucumán, Argentina. Su infancia estuvo marcada por la pobreza extrema. “Cada día era una batalla para conseguir algo de comer”, recordaría años después. Desde los 5 años trabajó lustrando zapatos, y a los 13 sufrió la separación de sus padres. Su madre abandonó el hogar, y él quedó al cuidado del padre junto a sus hermanos.

En 1956, con una valija de cartón como único equipaje, viajó solo a Buenos Aires. Al bajar del tren fue asaltado y pasó su primera noche en la calle, durmiendo en una plaza. Vendió café en las afueras de los canales de televisión, buscando cualquier contacto con músicos o productores.

Así, paso a paso, fue construyendo su camino en el mundo artístico. Ingresó como baterista a la banda Carliño, que lo llevó a recorrer escenarios en Sudamérica. A partir de allí, la historia cambió para siempre.

La tragedia que marcó su alma y su música

En 1960, sufrió uno de los golpes más duros de su vida: su hermana menor, Rosario, murió atropellada a los 11 años. Esa pérdida lo quebró por dentro y marcó su carrera. A pesar de componer canciones alegres, su mirada siempre reflejaba una tristeza profunda.

Fue entonces cuando nació su apodo más entrañable y contradictorio: “El chico triste de las canciones alegres”. El público, sin saber su historia, percibía que detrás de sus sonrisas había un corazón que sangraba en silencio.

El éxito masivo y los ataques del elitismo cultural

Ya con el seudónimo “Palito” – por su delgada figura – firmó con RCA y despegó como fenómeno popular. Éxitos como “La felicidad”, “Despeinada” o “Yo tengo fe” invadieron la radio, el cine y la televisión. Era cantante, compositor, actor, productor, director. Un verdadero hombre-orquesta.

Pero su masividad también despertó críticas. Lo acusaban de superficial, de “música fácil”. Él nunca respondió con palabras, solo con más trabajo. Su filosofía era clara: la música debía hablarle al pueblo, no a los académicos.

Una historia de amor que desafió el tiempo

Su historia de amor con Evangelina Salazar es un capítulo aparte. Se conocieron cuando él ya era famoso y ella una joven actriz prometedora. A los 19 años, Evangelina comenzó una relación que duraría toda la vida. “Fue mi único amor”, diría años después.

Ella dejó su carrera para criar a sus seis hijos. Formaron una familia basada en el respeto, el diálogo y el ejemplo. “Nuestros hijos nunca nos vieron discutir”, dijo Palito. Incluso en la cima de su fama, nunca dejó de ser un padre presente.

La caída financiera y el renacer en el extranjero

En 1981, Ortega organizó la visita de Frank Sinatra a Argentina. Un evento monumental que, sin embargo, casi lo destruye. La devaluación del peso y los altos costos lo llevaron a endeudarse en dólares. Perdió todas sus propiedades.

Lejos de rendirse, emigró a Estados Unidos y comenzó de nuevo. Fue el propio Sinatra quien lo ayudó, presentándolo en bancos y empresarios. Así, con esfuerzo y humildad, Palito volvió a levantarse.

De artista a político: la misión de devolver algo al pueblo

Motivado por su deseo de construir una escuela en Tucumán, se lanzó a la política. Muchos lo subestimaron. “Un cantante no puede ser gobernador”, decían. Pero Ortega venció al general Bussi en las elecciones, gracias al apoyo popular de quienes lo conocían desde niño.

Fundó el partido “Sí Emergencia Innovadora” y luego lideró el “Frente de la Esperanza”. En un país herido por la dictadura, su mensaje optimista conectó con los más vulnerables. Su paso por la política no fue fácil, pero siempre lo asumió con coherencia.

El adiós a los escenarios: lecciones de una vida vivida a fondo

En su gira de despedida en el Teatro Colón, el artista miró hacia atrás y comprendió todo lo vivido. Recordó los zapatos lustrados, la muerte de Rosario, el amor de Evangelina, la deuda, los aplausos… y, sobre todo, la música.

“He cometido errores, he fracasado, pero nunca me rendí. Lo único que nunca abandoné fue mi amor por la música y por mi familia.”

Hoy, a los 84 años, Palito Ortega vive sin lujos, pero con el respeto de todo un país. Su verdadero legado no son solo sus canciones, sino su humanidad, su perseverancia, y el testimonio de que el amor – en todas sus formas – es la única riqueza que vale la pena conservar.