Un genio musical, un espíritu rebelde, un amante indomable… pero también un sobreviviente. Pocos saben que detrás de los aplausos atronadores y las letras inolvidables, Joaquín Sabina ha vivido una vida envuelta en sombras, soledad y un altísimo precio pagado por su arte.
Hoy, a los 76 años, cuando las luces del escenario ya no son tan intensas, la verdad detrás de su brillante carrera comienza a salir a la luz — y no es ni de lejos tan deslumbrante como sus canciones que alguna vez hicieron vibrar al mundo.

Joaquín Sabina —ícono de la música española, quien conquistó corazones con letras empapadas en alcohol, melancolía y poesía urbana— hoy atraviesa una etapa crepuscular marcada por el silencio, la fragilidad y una mirada hacia atrás cargada de cicatrices. Fue un rebelde, un incendiario de la lírica, un trovador de los desahuciados… pero también un hombre que ha pagado con su salud, su amor y sus noches sin paz el precio de la genialidad.

Infancia reprimida y nacimiento de un rebelde

Nacido en el seno de una familia estricta, con un padre inspector de policía —encarnación del régimen franquista— Sabina vivió desde niño en un ambiente donde “obedecer era sagrado”. Pero desde temprano comenzó a resistirse. A los 14 años fundó su primera banda de rock y, en lugar de aceptar un reloj como premio por aprobar sus exámenes, pidió una guitarra: el objeto que cambiaría su vida para siempre.

En 1968 se trasladó a Granada para estudiar filología románica, donde conoció a Neruda, Kafka y las ideas que alimentarían su rebeldía poética y política.

Exilio y el precio de la ideología

En plena efervescencia estudiantil contra el franquismo, Sabina lanzó un cóctel molotov contra una sucursal bancaria, hecho que lo llevó a huir a Londres con un pasaporte falso. Allí, entre la precariedad y el anonimato, encontró libertad. Fue en ese exilio donde su pluma se afiló, y su voz tomó un tono único: desgarrador, irónico, profundamente humano.

Fama, excesos y caída

De regreso a España tras la muerte de Franco, Sabina se convirtió en la voz de una generación. Pero con el éxito vinieron los excesos: tabaco, alcohol y cocaína se convirtieron en compañeros de ruta. Él mismo confesó: “Sin cocaína no habría escrito ‘19 días y 500 noches’.”

En 2001, sufrió un infarto cerebral leve que lo dejó sumido en una profunda depresión. Se encerró durante meses, aislado del mundo. Los años siguientes estuvieron marcados por problemas de salud recurrentes, caídas, cirugías y una vulnerabilidad creciente que ni su humor sarcástico pudo ocultar.

Las mujeres de su vida: inspiración y salvación

A lo largo de su vida, Sabina se rodeó de mujeres que no solo fueron amantes, sino musas, compañeras y, en algunos casos, salvavidas. Desde su primer amor Chispa, hasta la madre de sus hijas, Isabel, pasando por relaciones intensas como Sonia o Cristina Suillaga. Pero fue Jimena Coronado, con quien se casó en 2020, quien se convirtió en su verdadero refugio. “Sin ella, estaría muerto”, ha dicho.


Joaquín Sabina es la prueba viva de que el talento, a menudo, viene acompañado de tormento. A sus 76 años, ya no canta con la misma voz ni camina con la misma fuerza, pero sus versos —esos que sangran verdad y belleza— siguen vivos.
Porque en cada caída, cada cicatriz y cada canción, Sabina no solo escribió su historia: escribió la de todos nosotros