Durante más de seis décadas sobre los escenarios, Raphael ha sido un símbolo de fortaleza, elegancia y constancia. Con su voz poderosa y su presencia impecable, parecía inmune al desgaste del tiempo. Pero tras bastidores, lejos de los aplausos y los reflectores, el artista español libró una batalla silenciosa que hoy, con franqueza, ha decidido revelar: Raphael atravesó una etapa oscura marcada por problemas de salud mental.

A finales de los años 90 y comienzos de los 2000, mientras seguía cosechando éxitos con giras internacionales, Raphael comenzó a experimentar un trastorno del sueño persistente. En una entrevista reciente, el propio artista confesó: “No podía dormir. Al principio eran unas noches sueltas, luego semanas. Sentía que mi mente se me escapaba de las manos.”

Lejos de acudir a un especialista, intentó lidiar con el problema por sí mismo —una decisión que, con el tiempo, reconocería como un error. Para conciliar el sueño, Raphael comenzó a consumir alcohol, no por placer ni adicción, sino como un recurso desesperado. “No bebía para emborracharme. Lo hacía para dormir. Y eso fue lo que terminó por deteriorar mi cuerpo”, confesó.

Los primeros síntomas —insomnio, ansiedad, fatiga crónica— pasaron desapercibidos incluso para sus seres más cercanos. Como figura pública, Raphael ocultó su sufrimiento tras sonrisas y presentaciones impecables. Incluso su esposa, Natalia Figueroa, no supo hasta más adelante el nivel de deterioro físico y emocional que él arrastraba. “Siempre decía que estaba bien”, recordaría años después.

No fue sino hasta 2003, cuando su salud física llegó al límite por una cirrosis agravada, que Raphael enfrentó la realidad: necesitaba un trasplante de hígado para sobrevivir y también atención médica integral, incluida la psicológica.

Durante su recuperación, el artista se sometió por primera vez a terapia especializada. “Era algo que debí haber hecho mucho antes”, admitió. Raphael reconoció haber atravesado momentos de desconexión profunda, dudas existenciales y una relación ambigua con su mayor pasión: la música. “Hubo un instante en que no sabía si cantar me calmaba o me hería”, dijo en una ocasión.

Pero fiel a su espíritu resiliente, Raphael decidió renacer. Reinició su cuidado físico, emocional y espiritual, y comprendió algo fundamental: “La vulnerabilidad no es una debilidad. Es parte de ser humano.”

Desde 2005, Raphael ha participado en diversas campañas de concienciación sobre la salud mental en España y América Latina. Sin relatar todos los detalles de su vivencia, cada palabra suya transmite un mensaje claro: nadie está exento de quebrarse, ni siquiera los ídolos.

Hoy, con 82 años, Raphael no solo sigue cantando y llenando teatros, sino que representa también una figura de superación personal. Su testimonio no busca generar escándalo, sino abrir una puerta al entendimiento y la empatía. Porque incluso aquellos que parecen invencibles, también necesitan ser escuchados y sanados.