Estaban guardadas con sumo cuidado en una caja de madera forrada en terciopelo, escondida en el fondo de un armario. Nadie las había visto, hasta que un familiar de Eduardo Yáñez las descubrió por accidente y compartió parte de su contenido con la prensa. Escritas con tinta negra, temblorosa y llena de emoción, esas cartas revelan un lado completamente desconocido del actor: el de un hijo solitario, herido y desesperado en medio de la oscuridad que a menudo acompaña a la fama.

Detrás del brillo de los reflectores y los papeles que catapultaron a Eduardo Yáñez como uno de los rostros más icónicos de la televisión mexicana, pocos sabían que el actor libró en silencio algunas de las batallas más duras de su vida. Según la revista Quién, fue una sobrina quien encontró la caja con las cartas mientras ordenaba una antigua habitación en la casa que pertenecía a la madre del actor.

Entre decenas de misivas escritas a mano, muchas nunca llegaron a enviarse. Eran confesiones que jamás se pronunciaron en voz alta — donde Eduardo Yáñez no era la estrella, sino solo un hijo en busca de consuelo en las palabras no dichas hacia su madre.

Una carta, fechada en 1985, dice:
“Mamá, hoy terminé de grabar a las 3 de la mañana. La gente aplaudió, pero por dentro me sentí vacío. Ojalá estuvieras aquí, para decirme que todo va a estar bien.”

En ese entonces, Yáñez apenas comenzaba a destacarse en las telenovelas de Televisa, pero su alma estaba marcada por el peso de la fama incipiente, la soledad y la desconexión emocional. Otras cartas mencionan la presión mediática, las heridas personales y su lucha silenciosa contra el alcohol.

“Mamá siempre dijiste que tenía un corazón fuerte. Pero hay días en que me siento solo por dentro. Bebo para olvidar, pero termino recordando aún más.”

Según fuentes cercanas, la madre de Yáñez —quien fue guardia en la prisión de Lecumberry— fue el pilar emocional de su vida, especialmente durante los inicios difíciles de su carrera. La relación madre e hijo fue extraordinariamente profunda, marcada por una infancia compartida en circunstancias extremadamente duras. Por eso, estas cartas no solo eran desahogos, sino una tabla de salvación emocional.

Un detalle particularmente conmovedor es que Yáñez solía doblar las cartas a mano y atarlas con un hilo rojo, como si quisiera que cada palabra, cada lágrima, quedara atrapada en el tiempo. Algunas misivas incluso muestran manchas de tinta corridas, presumiblemente por haber sido escritas entre lágrimas.

Hasta el momento, Eduardo Yáñez no ha confirmado ni desmentido públicamente la existencia de estas cartas. Pero con lo que se ha revelado, los fanáticos pueden vislumbrar una imagen más completa del hombre detrás del actor: alguien que cayó, que sufrió, pero que siguió adelante gracias al recuerdo y al amor incondicional de su madre.

Estas no son simples cartas. Son testigos silenciosos de una etapa profundamente dolorosa y reveladora en la vida de una figura pública. Y ahora que sus palabras han salido a la luz, una parte del alma verdadera de Eduardo Yáñez queda al descubierto — frágil, honesta y conmovedora.