Clara sintió cómo un nudo se formaba en su estómago. Estaba completamente paralizada, incapaz de procesar lo que acababa de escuchar. Eric, su hermano menor, había decidido que su cuarto sería ahora el suyo. Había comprado un colchón, pero no para ella. El desprecio y la traición flotaban en el aire como un espeso humo. ¿Cómo había llegado a este punto?
— ¿Qué quieres decir con que mis cosas se venderán? — susurró Clara, su voz temblando. Sus piernas no respondían. Se apoyó en la pared para no caer.
Eric la miró como si nada raro estuviera ocurriendo, como si estuviera hablando de algo completamente normal.
— Es simple, Clara. Necesitamos dinero. Y tus cosas… bueno, son cosas. Puedes comprar más. Yo soy el que empieza de cero, ¿recuerdas?
De cero. Clara nunca había oído esas palabras en boca de Eric. Él siempre había sido el niño al que se le daban excusas, al que se le compraba todo. Y ahora, en un giro que parecía sacado de una pesadilla, ella era la que tenía que ceder.
Respiró profundamente, sintiendo cómo el agotamiento le pesaba en el cuerpo. ¿Realmente tenía que ceder una vez más?
Cuando finalmente logró hablar, su voz era una mezcla de ira contenida y cansancio.
— No, Eric. — Le costaba decirlo. Había sido su hermana mayor toda su vida, la que siempre había dado más, la que había guardado silencio, la que había soportado todo. Pero ya no más. — Esto es mío. Este apartamento, mi vida, mis cosas… son mías.
Eric frunció el ceño, pero no parecía realmente molesto. En lugar de eso, se acercó a ella y, con una sonrisa que a Clara le pareció burlona, le dijo:
— Vas a tener que compartir. Es lo mejor para todos. Mamá y papá están haciendo lo que creen correcto. Estoy construyendo algo. ¿No lo entiendes?
Clara no sabía si el enojo que sentía venía de su hermano o de sí misma. ¿Cómo había permitido que llegara tan lejos?
Se fue a su habitación y cerró la puerta con fuerza, respirando hondo, luchando por mantener la calma. Cuando se sentó en su cama, su mente comenzó a recordar los años que había pasado sacrificándose por su familia, siempre poniendo a Eric por encima de todo.
Durante años, le pagó la universidad, le dio dinero para que pudiera cumplir sus sueños, mientras que ella misma luchaba por conseguir sus metas. Ahora, todo había sido en vano. El hermano al que había dado todo, el hermano que nunca había tenido que enfrentarse a las dificultades que ella había soportado, ahora le estaba pidiendo que cediera su espacio, su hogar.
Clara se levantó, decidida. No iba a dejar que esto la aplastara.
Salió al pasillo y se dirigió a la sala, donde sus padres estaban sentados como si nada pasara. Al verlos, una sensación de rabia indescriptible la invadió.
— ¿Qué hacen aquí? — preguntó Clara con voz firme, sin ganas de soportar más. — ¿Cómo pueden pensar que yo voy a dejar que Eric tome lo que es mío?
Su madre, con su eterna expresión de «todo está bien», levantó la mirada.
— Clara, por favor, entiéndelo. Eric es nuestro hijo, él necesita ayuda. Tú eres fuerte, siempre lo has sido. Puedes arreglártelas sola.
Siempre fuerte. Esa frase le dolió más que cualquier otra. Durante años había sido la que cargaba con todo, la que nunca se quejaba, la que siempre hacía lo correcto. Pero ¿y qué de ella?
Clara miró a su padre, esperando alguna reacción, pero él solo le sonrió con esa sonrisa con la que siempre había desactivado cualquier conflicto.
— Solo déjalo estar, hija. Es lo mejor para la familia.
¿La familia? Clara no podía más. Estaba cansada de ser la responsable, la que siempre tenía que sacrificar sus sueños y deseos por los demás. Esta vez no iba a ser diferente.
Volvió a su habitación, abrió el armario y comenzó a empacar sus cosas. No iba a vivir así.
Cuando cerró la puerta de su apartamento, mirando el lugar que había sido su refugio durante tanto tiempo, una sensación de libertad la envolvió. A partir de ahora, sería solo para ella. Nada más importaba. Si necesitaba alejarse de todo para recuperar lo que había perdido, lo haría. Y no le importaba lo que su familia pensara de ello.
Con un suspiro de alivio, Clara cerró la puerta y se alejó, caminando hacia un futuro que ahora sería suyo. Un futuro sin cargas, sin sacrificios, solo con la oportunidad de construir la vida que siempre había soñado.
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