Todo lo que antes era tranquilo, ahora viene con risas, gritos, corridas y, por supuesto, una cámara lista para captarlo todo.

Porque cuando tenés dos hijos chiquitos, el parque deja de ser un lugar de descanso… y se convierte en el centro de operaciones de la diversión (y el caos) familiar.

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En un primer momento, el mayor empuja al más chiquito en la hamaca con una paciencia que sorprende. Sin apuro, sin empujones bruscos. Como si supiera que ese hermanito lo está mirando como a su superhéroe.

Pero la escena que se lleva todos los aplausos llega después.

El mayorcito agarra su bicicleta y se manda. ¿Quién lo sigue? La abuela. Sí, la misma que seguramente dijo que solo iba a mirar desde el banco. La vemos corriendo detrás de él, como si tuviera veinte años menos… o como si su nieto llevara alas en vez de ruedas.

Y ahí está Francisca, grabando todo, como quien ya se resignó a entender que sus días nunca más serán tranquilos. Pero sí, infinitamente más lindos.

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