“¿Puedo comer contigo?”, preguntó la niña sin hogar. La respuesta del millonario hizo llorar a todos.
El murmullo de conversaciones suaves y el tintinear de cubiertos finos llenaban el patio elegante de Le Jardin, el restaurante más exclusivo de la ciudad.
Copas de cristal brillaban bajo la luz del atardecer. El aire olía a cordero asado y mantequilla de trufa. En una mesa apartada, Thomas Reed estaba solo. Vestía un traje impecable, y en su rostro se dibujaba una expresión lejana, como quien ya se ha aburrido de tenerlo todo.
Frente a él, platos gourmet permanecían intactos: vieiras perfectamente selladas, panecillos calientes, una copa de Chardonnay brillando como oro líquido bajo las velas. Thomas tenía riqueza, poder, prestigio. Pero esa noche, mientras revisaba correos electrónicos sin cesar, no sentía nada.
Fuera de los portones de hierro forjado del restaurante, Layla temblaba de frío. La niña, de no más de siete años, tenía la piel oscura cubierta de polvo y el vestido rasgado le colgaba del cuerpo como un trapo viejo. Sus pies descalzos estaban sucios y heridos. Su estómago rugía, per
Llevaba más de una hora observando a los comensales, con la esperanza de que alguno, al irse, dejara un trozo de pan o un pedazo de carne. Pero nadie se dignaba a mirarla. Un camarero salió con una bandeja de sobras y, sin pensarlo, las arrojó a un c
Layla dio un paso hacia la basura, pero el hombre la interceptó bruscamente.
—
Ella retrocedió asustada, con los ojos llenos de lágrimas. Se escondió tras una columna, con la cabeza gacha. Pero su hambre era más fuerte que el miedo.
A través de las puertas abiertas del restaurante, vio al hombre del traje azul. Estaba solo, y frente a él había comida sin tocar: panecillos, pollo asado, un pastel de chocolate. Sin pensarlo demasiado, Layla cruzó el umbr
—¿
Thom
La mesa cayó en silencio. Otros comensales giraron la cabeza, murmurando entre sí. Un camarero se apresuró hacia ellos, con
—Señor Reed, ¿q
Thomas levantó la mano para detenerlo.
—N
El silencio se volvió absoluto. Nadie entendía qué hacía uno de los hombres más ricos de la ciudad invitando a una niña sin hogar a su mesa. Pero Thomas no se preocupaba por las miradas. Le ofreció a Layla la silla frente a él y e
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