La palabra flotó en el aire gélido, un pequeño vapor entre ellos que se disipó de inmediato. Anna no esperó su respuesta. Se dio la vuelta y comenzó a caminar con paso firme hacia el parque cercano, sabiendo que él la seguiría. Sus pisadas crujían sobre la nieve virgen, marcando un ritmo que era el único sonido en el mundo, aparte del lejano motor del taxi que se llevaba a Valeria y sus sueños hechos añicos.

Igor la siguió, sus hombros caídos, las manos hundidas en los bolsillos de un abrigo que de repente le pareció demasiado ligero para el frío que sentía por dentro. Caminaron en silencio hasta un banco cubierto de una capa blanca. Anna lo limpió con un gesto mecánico de su guante y se sentó. Él se quedó de pie frente a ella, incapaz de encontrar la postura correcta.

— No lo sabía, Anna — comenzó, y su voz sonó ronca, quebrada. — Te lo juro. Lo del capital maternidad, lo de los niños… tu abuela… solo firmamos los papeles. Yo no leí…

— Lo sé — lo interrumpió ella con una calma que a él le resultó aterradora. — Nunpre lees los papeles, Igor. Firmas donde te dicen. Confías. Ese siempre ha sido tu problema. Confías en quien más te conviene en ese momento.

Él quiso protestar, pero las palabras murieron en sus labios. ¿Qué podía decir? Era cierto. Había confiado en la energía avasalladora de Valeria, en sus promesas de una vida más fácil y glamurosa, de un apartamento nuevo donde no hubiera grietas en las tazas ni olores a sopa de ayer.

— Pensé que… que sería más simple — musitó, derrotado.

— ¿Simple? — Anna casi sonrió, pero no había alegría en su expresión, solo una lucidez dolorosa. — ¿Echar a tu familia de su casa es simple? ¿Borrar diez años de vida es simple? Nada de esto es simple, Igor. Es papel, sí, pero papel que protege a nuestros hijos. Papel por el que mi abuela luchó para que tuviéramos algo seguro. Tú solo ves paredes. Yo veo la cama donde Sonia aprendió a dormir sola. Veo la marca de lápiz en el marco de la puerta donde medíamos a Timofey cada primavera. Esto no es un apartamento, Igor. Es un archivo de nuestras vidas.

Él miró hacia otro lado, avergonzado. El silencio se extendió de nuevo, pero ahora era diferente. Ya no era el silencio incómodo de antes, sino uno pesado, cargado de la enormidad de su error.

— ¿Y ahora qué? — preguntó finalmente, con la voz de un hombre que se siente perdido.

Anna respiró hondo. El aire frío le quemó los pulmones, pero la despejó.

— Ahora, tú te vas. Tú y Valeria buscáis vuestro nuevo apartamento con vistas al sol. Pero lo haréis sin vender este. Las llaves que blandeaba, Igor, no abren nada. Nunpre han abierto nada.

— ¿Y nosotros? — la pregunta sonó egoísta incluso para sus propios oídos, pero necesitaba hacerla.

— Nosotros — dijo Anna, levantándose y ajustándose la bufanda— nos quedamos en nuestra casa. Los niños y yo. Tú tendrás que buscarte un lugar. Puedes venir a verlos cuando quieras, en el horario que acordemos. No voy a ponerles en tu contra. Eso sería otro tipo de derrota.

Igor la miró, y por primera vez, vio con claridad lo que había perdido. No era un espacio, era la roca, la base. Él era el agua que golpea y se va, ella era la piedra que permanece. La rutina que lo salvaba a él del aburrimiento, a ella la había salvado a ella del desastre.

— Lo siento — susurró. Era la disculpa más insignificante del mundo, pero era todo lo que tenía.

Anna asintió lentamente. No dijo «está bien», porque no lo estaba. Ni «te perdono», porque eso llevaría tiempo. Simplemente asintió. Aceptó la disculpa como un hecho, no como un consuelo.

— Vete, Igor. Los niños salen del colegio pronto. Tengo que preparar la merienda.

Y dando media vuelta, comenzó a caminar de regreso a casa. Sus pasos eran firmes sobre la nieve, marcando un nuevo camino, uno que iba solo hacia adelante. No miró atrás. Sabía que él se quedaría allí, de pie en la blancura, contemplando el vacío de sus propias promesas y el sólido edificio de su error, construido no sobre papel, sino sobre la frágil y quebradiza arena de sus palabras. La piedra, meanwhile, seguía en su lugar, firme en el lecho del río, preparada para seguir fluyendo, con o sin él.