En una noche que parecía destinada a la tranquilidad en el exclusivo restaurante Pujol de la Ciudad de México, un enfrentamiento inesperado entre dos leyendas del boxeo mexicano paralizó a los comensales.

Juan Manuel Márquez, con su característico fuego combativo, lanzó una acusación que resonó en las paredes de piedra volcánica del lugar: “Tú no eres ni la mitad del mexicano que yo soy”.

Las palabras cortaron el aire como navajas, dejando caer cubiertos de plata sobre platos de cerámica artesanal. Todos los presentes se congelaron en sus asientos cuando el destinatario del ataque verbal, Saúl “Canelo” Álvarez, hizo su entrada en el establecimiento.

Vestido con un impecable traje azul marino a medida, su postura relajada contrastaba con la tensión en el ambiente.

El rostro de Márquez ardía de rabia. “Te vendiste al mejor postor. Nunca serás el más grande de México”, continuó, mientras los guardaespaldas de ambos se tensaban, listos para intervenir si la discusión escalaba a algo más físico.

Entre los testigos se encontraban figuras icónicas del boxeo como Érik “El Terrible” Morales y Marco Antonio Barrera, quienes observaban el tenso intercambio con una mezcla de fascinación y expectación.

Canelo, sin inmutarse, respondió con frialdad: “Mira quién habla de ser mexicano. El mismo que se pasó toda su carrera huyendo de Pacquiao. Al menos yo enfrento a quien la gente quiere ver”.

La provocación hizo que Márquez avanzara, derribando su silla en el proceso. “Tú no sabes nada del boxeo verdadero. Yo enfrentaba a los mejores cuando tú todavía vendías paletas en las calles”, replicó el ex campeón.

El silencio pesaba como un puñetazo en el aire cuando Canelo, con una tranquilidad casi inquietante, comenzó a quitarse el saco. “Sin reglas, sin jueces, sin contratos. Vamos a ver si aguantas cinco minutos conmigo”, desafió, provocando que los meseros y cocineros se detuvieran para presenciar el momento histórico.

Pero justo cuando todos pensaban que la situación explotaría en un combate improvisado, Canelo sorprendió a todos al volver a ponerse el saco. “El boxeo mexicano no se trata de pleitos en restaurantes. Se trata de honor, respeto y trabajo duro”, sentenció, provocando la aprobación silenciosa de Morales y Barrera.

Márquez, aunque visiblemente impactado, no se rindió. “Fácil hablar de trabajo duro cuando te lo han dado todo en charola de plata”, escupió, pero su voz ya no tenía la misma convicción.

Canelo replicó sin titubeos: “Vendí paletas en las calles de Guadalajara a los 12 años para ayudar a mi familia. Empecé a entrenar en un gimnasio sin aire acondicionado con guantes remendados. La diferencia es que aprendí a convertir las chingas en oportunidades”.

El ambiente se cargó aún más cuando Márquez aludió al escándalo del clembuterol, una mancha en la carrera de Canelo.

Pero el pelirrojo, lejos de tambalearse, contraatacó con un golpe inesperado: “Mucha gente cuestionó tu cambio físico repentino antes de la cuarta pelea con Pacquiao. Mucha gente se preguntó cómo conseguiste ese poder de knockout a los 30…”.

La frase quedó suspendida en el aire. En ese momento, la tensión llegó a su punto máximo. Pero, en lugar de desatarse una pelea, lo único que se escuchó fue el sonido de los cubiertos reanudando su contacto con los platos.

Ambos guerreros habían lanzado sus mejores golpes verbales. Y aunque el ring en esta ocasión había sido un restaurante de alta cocina, la batalla entre estos dos titanes del boxeo quedó marcada en la historia.