Dos amores, un destino: ¿puede el deseo destruirlo todo?

Víctor había estado casado con Lucía durante diez años, y a pesar de que su amor había sido fuerte al principio, una nueva ola de deseo había arrasado su vida, haciéndole perder el sentido. El primer encuentro con Sonia había sido como un chispazo eléctrico, algo fugaz, pero pronto se convirtió en una obsesión de la cual no podía escapar.

Lucía, su esposa, era su compañera de toda la vida, la mujer con la que había construido una familia, criando a sus dos hijos, Inés y Diego. Sin embargo, el amor por Sonia era tan fuerte que Víctor comenzó a cuestionar todo lo que había construido. La amante de Víctor le había dejado claro: debía divorciarse de Lucía si quería seguir viéndola.

Una noche, después de días de preparación mental, Víctor llegó a casa decidido a terminar con su vida anterior. La escena que había ensayado mil veces en su mente ya estaba lista: Lucía llorando, maldiciendo, suplicando… Pero cuando entró en su hogar, Lucía, despreocupada, reía al teléfono mientras fumaba un cigarro, ajena a la tormenta que se desataba en el corazón de su esposo.

—Lucía, ha pasado algo… —dijo Víctor, temblando—. Me he enamorado de otra. Es más fuerte que yo. Perdóname.

Lucía, sin levantar la vista, continuó charlando animadamente con su amiga Marta, como si nada fuera grave.

—¡Me voy, de verdad! ¿No lo entiendes? —gritó Víctor, sudoroso y desesperado.

—Claro que sí —respondió Lucía, sin inmutarse—. Marta, cariño, mi marido se va con otra. Ahora te llamo.

Sin perder la calma, Lucía besó a Víctor en la mejilla y le cerró la puerta en la cara, mientras él se quedaba afuera, atónito. La escuchaba hablar de moda, de cine, de política… pero nada sobre lo que acababa de pasar.

Víctor dejó las maletas en el pasillo, salió al exterior y llamó a Sonia.

—¿Y bien, mi vida? —chilló ella por el teléfono—. ¿Ya eres mío? ¡Te espero!

—No me esperes —respondió él de manera fría—. No te quiero. Amo a mi mujer.

Cerró la llamada y encendió su décimo cigarro, sintiendo cómo el viento frío le golpeaba la cara mientras se preguntaba cómo volver a su hogar.

Dentro de la casa, Lucía hablaba con su psicóloga por teléfono.

—¡Hice todo lo que me dijiste! —exclamó, llena de frustración—. ¡Y aún así se marchó!

—Mantén la calma y sonríe —respondió la psicóloga—. Volverá…

Pero Víctor no regresó. Se quedó fuera, preguntándose si alguna vez podría escapar del peso de la realidad y la tentación, pero con la certeza de que su vida no sería igual de nuevo.