Claudia se quedó congelada, riendo sin ganas. ¿Qué iba a saber una niña de la calle sobre cómo hacerla caminar? Pero la niña insistió. Se acercó y susurró al oído de Claudia con una frase que la dejó paralizada: “Ese medicamento no te deja caminar. Es el mismo que usaba mi papá con mi mamá. Él se lo daba para tenerla controlada.”

YO PUEDO HACER QUE VUELVAS A CAMINAR — LA MILLONARIA SE RÍO, HASTA QUE ALGO  INCREÍBLE SUCEDIÓ

Claudia no sabía cómo reaccionar. ¿Qué significaba eso? La niña desapareció tan rápido como había llegado, y Julián regresó con el café. Claudia, sin decir nada, trató de hacerle como si nada hubiera pasado, pero algo dentro de ella había cambiado. La duda había comenzado a anidar en su mente.

La pastilla que tomaba todos los días, el medicamento que Julián le daba con una rutina casi automática, ahora parecía tener un propósito diferente al que le habían dicho. La niña había dado en el clavo. Claudia no pudo dejar de pensar en las palabras de la niña. ¿Cómo era posible que alguien tan pequeño supiera tanto? Decidió investigar.

Esa noche, Claudia no pudo dormir. La inquietud la mantenía despierta, y la pregunta rondaba su mente: “¿Y si algo estaba mal desde el principio?” En su cajón, encontró varios frascos con etiquetas que nunca había cuestionado, todos iguales, con nombres raros que nunca le importaron. Tomó uno, lo miró, y al leer la etiqueta vio algo que la aterrorizó: Neurodexar.

No sabía qué era, así que decidió buscarlo en internet. Lo que encontró la dejó helada. “Bloqueador de receptores, inhibidor del sistema nervioso, usado en casos extremos de convulsiones severas.” Ninguna de esas palabras tenía relación con el diagnóstico de movilidad que le habían dado. El miedo comenzó a crecer dentro de ella. ¿Y si el medicamento que le habían estado dando todo este tiempo era la causa de su parálisis?

Durante los siguientes días, Claudia fingió tomar las pastillas, pero en realidad las escondió. No veía cambios inmediatos, pero algo en su interior le decía que no podía seguir ignorando lo que había descubierto. Cada gesto de Julián, cada palabra, cada sonrisa, empezaba a parecerle sospechosa.

Finalmente, una tarde, después de días de esconder las pastillas, Claudia se armó de valor. Tenía que saber la verdad. Durante una conversación tranquila en el jardín, mientras Julián hablaba sobre cualquier tontería, Claudia lo miró con ojos nuevos. Algo no encajaba.

Después de varios días sin tomar la pastilla, Claudia no experimentó ninguna mejora significativa en su movilidad, pero su mente estaba en alerta máxima. La niña de la plaza le había mostrado la verdad, y aunque no podía probarlo, estaba convencida de que había algo mucho más oscuro detrás de su accidente, de su parálisis y de las mentiras que Julián le había contado durante años.

Claudia decidió que tenía que descubrir todo lo que había estado oculto. La niña le había dado la pista, y ahora solo quedaba seguir el rastro hasta encontrar la verdad. Sin embargo, la pregunta persistía: ¿qué estaba pasando realmente? ¿Por qué nadie más lo había notado? ¿Y por qué Julián nunca la había dejado investigar por su cuenta?

El futuro de Claudia había cambiado irremediablemente esa tarde en el parque, y aunque su vida ya no volviera a ser la misma, ahora sabía que estaba a punto de descubrir un secreto mucho más grande de lo que había imaginado.