Alejandro quedó inmóvil, con la mirada fija alternativamente en Clara y en su hijo, Mateo. En el aire flotaba una mezcla de culpa, asombro y gratitud. Clara quiso hablar, pero las palabras se le quedaron atascadas en la garganta. Estaba convencida de que en ese mismo instante perdería el trabajo.

— Señor Dupont, lo siento… yo no quería… — murmuró con voz temblorosa.

Alejandro levantó la mano, pidiendo silencio. Se sentó al lado de Mateo y observó cómo el niño intentaba esconder su sonrisa, como si temiera que su felicidad fuese castigada.

— ¿Desde cuándo no te escucho reír así? — preguntó Alejandro en voz baja.

Mateo se sonrojó y bajó la cabeza. El corazón de Clara latía con fuerza. Comprendió que su destino dependía de una sola frase.

Alejandro se levantó despacio, dio unos pasos por el salón y volvió a mirarlos. En sus ojos brillaba una determinación inesperada.

— Clara, no tienes por qué disculparte. Has logrado darle a mi hijo algo que ni los terapeutas ni los profesores mejor pagados consiguieron: le has devuelto la alegría de vivir.

La mujer se estremeció. Jamás habría imaginado escuchar tales palabras.

— A partir de mañana — continuó Alejandro — ya no serás solo la mujer de la limpieza. Quiero que seas la persona en quien Mateo pueda confiar cada día. No solo para mantener su habitación en orden, sino para llenar su alma de vida.

Mateo levantó la mirada y sonrió de nuevo, esta vez sin miedo. Extendió sus manos hacia Clara, como si quisiera retenerla a su lado para siempre.

Clara sintió que las lágrimas querían brotar. Nunca habría imaginado que un simple baile, nacido de la compasión y del deseo de regalarle un instante de felicidad a un niño, pudiera cambiar tanto las cosas.

Alejandro se acercó y, por primera vez en mucho tiempo, abrazó a su hijo con calidez. Mateo sintió que su padre ya no era únicamente el empresario frío y siempre ocupado, sino otra vez aquel padre que lo había llevado de la mano antes del accidente.

— He estado ciego — confesó Alejandro. — Me escondí detrás de contratos y millones, olvidando lo que realmente importa. Pero hoy… vosotros dos me habéis abierto los ojos.

Aquella tarde, la música seguía sonando suavemente y la luz del sol inundaba el salón. Pero en sus corazones se encendía otra luz, más fuerte: la esperanza.

Desde ese día todo cambió. Mateo volvió a sonreír cada mañana, Clara pasó a formar parte de la familia, y Alejandro, el hombre al que todos creían inaccesible, encontró un nuevo sentido en la vida.

Y quienes escucharon después esta historia se sorprendieron no tanto por el baile, sino por la transformación de un hombre al que nadie creía capaz de cambiar.