Guadalajara / Las Vegas — A solo tres semanas de la pelea más importante del año, el ring dejó de ser el único campo de batalla para Saúl “Canelo” Álvarez. Esta vez, la traición no vino del oponente… sino desde adentro de su propio equipo.
Todo comenzó con una molestia persistente en el hombro derecho. Una incomodidad que Canelo, veterano del dolor, no podía ignorar. Su fisioterapeuta de confianza, Gerardo López —con seis años a su lado— le restó importancia. “Es fatiga normal”, decía con la seguridad de quien ya no teme ser cuestionado. Pero Canelo, que conoce su cuerpo como conoce sus guantes, no estaba convencido.

El punto de quiebre llegó cuando su entrenador, Eddy Reynoso, lo encaró con una noticia desconcertante: el doctor Montalvo, especialista externo, confirmó que los ejercicios de recuperación recomendados nunca se aplicaron. Gerardo los descartó por cuenta propia, sin informar a nadie.
—¿Tú lo sabías? —preguntó Eddy.
—¿De qué estás hablando? —respondió Canelo, con el ceño fruncido.
El eco del silencio que siguió fue como un gancho directo al estómago. Las piezas comenzaron a encajar: las sesiones apresuradas, las evasivas, el control total de Gerardo sobre el acceso médico. Todo indicaba que algo se había ocultado… y no era por error.
Furioso, pero con la serenidad calculada que lo caracteriza, Canelo dio la orden:
—Tráemelo. Ahora.
Minutos después, en medio del gimnasio —donde cámaras de prensa ya comenzaban a instalarse para una entrevista programada—, Canelo se puso de pie, cruzó los brazos y esperó. Gerardo entró, confiado, con la bata blanca y la sonrisa profesional de siempre.
—¿Qué pasa, campeón? ¿Algo te molesta?
Canelo lo miró con una frialdad quirúrgica. Las cámaras ya estaban encendidas. El momento sería público, sin lugar a escapatorias.
—Quiero que me digas la verdad, Gerardo. ¿Por qué ignoraste las indicaciones médicas?
Gerardo titubeó apenas un segundo. Pero fue suficiente.
—No eran necesarias. Quise evitarte distracciones… confía en mí como siempre lo has hecho —balbuceó.
Pero esta vez las palabras no bastaron. Frente a los micrófonos, los flashes y el rostro atónito del equipo, Canelo no levantó la voz. No hizo un escándalo. Solo pronunció la frase que marcaría un antes y un después:
—Nos vemos en Las Vegas, Gerardo. Pero no en mi esquina.
La noticia explotó como pólvora. En menos de una hora, el video del enfrentamiento ya circulaba en redes sociales con millones de visualizaciones. “Canelo rompe con su fisioterapeuta en vivo”, “El campeón traicionado antes del combate” y “¿Quién protege al campeón?” fueron algunos de los titulares que inundaron medios nacionales e internacionales.
Horas después, ya en Nevada, Canelo tomó una decisión sin precedentes: en la conferencia de prensa previa a la pelea, hablaría. No de su rival. No de su preparación. Sino de lo que acababa de ocurrir.
Y así lo hizo. De pie ante la prensa mundial, con voz firme y ojos encendidos, declaró:
—No puedo subir al ring sabiendo que detrás de mí hay mentira. Mi fisioterapeuta violó mi confianza y jugó con mi salud. Y en este deporte, eso no se perdona.
El salón estalló. Nadie lo esperaba. Nadie imaginó que el campeón más reservado de México expondría así a uno de los suyos. Pero lo hizo. Y lo hizo con la seguridad de quien ya no teme cargar con verdades incómodas.
Al finalizar, Canelo no aceptó preguntas. Solo dijo:
—El boxeo no es solo fuerza. También es dignidad. Nos vemos en el ring.
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