¡Drama familiar! Una herencia inesperada que cambia todo: una esposa, una suegra y un marido en medio de la tormenta 💔
Irina sostenía el documento con las manos temblorosas. Las palabras parecían bailar ante sus ojos, pero la esencia era clara: la casa de campo, la que tanto ella y Andrey habían trabajado para construir, ahora le pertenecía a Lena. ¿Cómo era posible?
Durante diez años, Andrey e Irina habían invertido tiempo, dinero y esfuerzo en la casa. Habían renovado el techo, construido una cerca y agregado una hermosa veranda. Pero ahora, la madre de Andrey, Tamara Petrovna, había decidido cambiar todo, dejando la propiedad a su hija.
El caos se desata: la verdad sale a la luz 🔥
Irina no podía creerlo. La casa, que siempre había sido una especie de refugio para la familia, ahora era parte de un juego de intereses que ni ella ni Andrey habían anticipado. En ese momento, Irina se acercó a su marido con el documento en mano, esperando respuestas.
— Andrey, ¿puedes explicarme qué significa esto? — preguntó con voz temblorosa, mientras le mostraba el papel que había encontrado por casualidad entre las facturas viejas.
Andrey no pudo evitar desviar la mirada, incómodo. Sabía lo que se venía.
— Mamá… ella… — vaciló Andrey, claramente culpable, antes de continuar. — Ella cree que tiene derecho a hacerlo.
¿Derecho? La rabia de Irina comenzó a crecer. ¿Cómo podía su suegra, después de todo lo que habían hecho por esa casa, simplemente regalársela a su hija?
Irina le preguntó directamente a Tamara Petrovna, quien acababa de entrar en la casa como si supiera que estaban hablando de ella.
— ¿Por qué la casa de campo está ahora a nombre de Lena? — le preguntó con una firmeza que no había mostrado antes.
Tamara Petrovna no dudó ni un segundo en contestar.
— ¿Y cuál es el problema? Es mi propiedad, y hago lo que quiero con ella.
¿Su propiedad? Irina sintió una presión en su pecho, como si todo se estuviera desmoronando.
— ¿Y todo lo que nosotros hemos invertido aquí? Todo el esfuerzo…
Tamara Petrovna no mostró ni una pizca de remordimiento. Su respuesta fue fría y calculada.
— Ustedes vivieron allí, usaron la casa. Considerémoslo como un alquiler.
Irina miró a Andrey, buscando algún apoyo, pero él se quedó en silencio, mirando al suelo. Su falta de reacción le dolió más que cualquier otra cosa. La distancia emocional que sentía en ese momento la destrozaba por dentro.
Andrey intentó hablar, pero no lo hizo con firmeza. Su madre, Tamara Petrovna, lo interrumpió con un tono tajante.
— Hijo, estas son cosas de adultos. Lena es mi hija, y le corresponde su parte.
Irina, de pie, con el corazón roto, no pudo más. Años de sacrificios, años de sonrisas forzadas, de tratar de ser la nuera perfecta, todo se desvaneció en un segundo.
— ¿Sabes qué, Tamara Petrovna? — dijo Irina, sonriendo con amargura. — Tienes razón. Es tu derecho hacer lo que quieras con la propiedad. Y yo también tengo derecho a reclamar todo lo que hemos comprado para esta casa.
La suegra de Irina palideció, sorprendida por su respuesta.
— ¿Qué quieres decir con ‘reclamar’? — preguntó, nerviosa.
Irina sacó su teléfono con una expresión desafiante.
— Mira esto — dijo, mostrando las carpetas con recibos. — Cada mueble, cada tornillo, cada planta en el jardín está registrado. Soy profesora, me encanta tener todo en orden.
Tamara Petrovna se puso nerviosa, ajustándose las gafas.
— ¿Me estás amenazando?
— ¡Dios me libre! Solo te estoy informando. — respondió Irina sin perder su postura. — Y te adelanto algo más: mañana mismo iré a la casa de campo y empezaré a sacar nuestras cosas. Lena se quedará con las paredes desnudas.
Tamara Petrovna no podía creer lo que estaba escuchando.
— ¡Andrey! Haz algo, ¡dile algo!
Pero Andrey, por primera vez, la miró a los ojos sin esa admiración ciega que siempre había tenido por ella.
— Mamá, ¿qué quieres que diga? Lo que hiciste no está bien.
El destino de la casa de campo y la familia de Irina cambió en un abrir y cerrar de ojos. Los años de sacrificios y amor no podían ser borrados tan fácilmente. Irina ya no sería la mujer callada ni sumisa que todos esperaban. Ahora reclamaba lo que le correspondía.
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