
Siempre tomaba las escaleras en lugar del ascensor, no para hacer ejercicio, sino para evitar miradas de lástima y conversaciones forzadas.
Ese día sostenía en su mano un pequeño ramo de rosas blancas. Larissa, su esposa, llevaba semanas en coma, sin poder ver ni sentir.
Pero las flores parecían buenas: para los médicos y para la familia. Él desempeñó el papel del marido devoto.
Día tras día, la existencia de Larissa vaciaba sus cuentas. El equipo, los medicamentos, los cuidados continuos: gastos que Cyril ya no quería asumir.
Todos los demás todavía se aferraban a la esperanza.
Todos, excepto él.
¿Qué pasaría si Larissa… ya no estuviera allí? Su casa, sus bienes, sus negocios… todo le pertenecería. El pensamiento lo llenó de una extraña mezcla de culpa y alivio.
Al entrar en la habitación, se inclinó sobre el cuerpo inmóvil de Larissa:
—Larissa —susurró. «Nunca te amé realmente, no como pensabas.»
Su voz tembló.
—Esta enfermedad me ha dejado exhausto. Si te fueras… todo sería más fácil.
Lo que Cyril no sabía: alguien estaba escondido debajo de la cama.
Mirabel, una voluntaria del hospital, se había escondido allí para evitarlo. Pero ahora ya lo había oído todo.
Más tarde, Cyril volvió a interpretar al marido cariñoso cuando llegó Harland, el padre de Larissa. El hombre, abrumado por el dolor, preguntó si había alguna buena noticia.
Cyril respondió con una sonrisa falsa, ocultando la verdad.
Pero Harland lo miró durante demasiado tiempo. Se sembraron las semillas de la desconfianza.
Mirabel, sorprendida por lo que había oído, no sabía qué hacer. Si ella decía algo, arriesgaba su puesto. Pero guardar silencio… podría costarle la vida a Larissa.
Finalmente, le confió a Harland:
—Dijo que sería mejor que ella muriera.
Harland se puso pálido. Pero él asintió.
— “Hace tiempo que tengo una sospecha.”
Al día siguiente, Harland puso en marcha un plan: alguien de confianza estaría presente en la habitación de su hija en todo momento.
Cuando Cyril regresó, la atmósfera era diferente. Mirabel lo observaba de cerca y Harland estaba constantemente cerca. Cyril conservó su máscara, pero Harland lo tomó a un lado:
—Si vuelves a acercarte a ella con malas intenciones —dijo con frialdad—, lo perderás todo.
Cyril ignoró la advertencia… hasta que Larissa comenzó a moverse. Sus dedos se crisparon y sus ojos se abrieron ligeramente.
Y entonces algo se rompió dentro de él.
Recordó su risa, su coraje, su apoyo incondicional. Una ola de vergüenza lo invadió.
Cuando Larissa se recuperó, Cyril le susurró una disculpa mientras las lágrimas corrían por su rostro.
Pasaron los días, luego las semanas. Larissa se hizo más fuerte. Cyril se quedó a su lado, no por sentido del deber, sino porque realmente quería hacerlo.
Harland y Mirabel no lo perdían de vista, pero empezaron a ver un cambio real.
Cuando liberaron a Larissa, lo miró y le dijo:
—Te quedaste. Gracias.
Cyril respondió con voz emocionada:
— “Lamento que me haya llevado tanto tiempo darme cuenta de lo que realmente importa.”
Nadie sabía qué traería el futuro. Pero en lugar de amargura, algo frágil pero honesto surgió entre ellos:
Una nueva oportunidad.
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