Riad, Arabia Saudita. Las luces aún caían sobre el cuadrilátero vacío cuando Canelo Álvarez bajó del ring con los guantes aún puestos, pero con el alma ligeramente incompleta. Había ganado, sí. Pero algo le pesaba en el pecho. No era cansancio. Era ausencia: la de un verdadero combate.
El eco de los últimos aplausos se apagaba mientras los técnicos desmontaban los focos, y en una esquina del estadio, un niño ondeaba una bandera de México con entusiasmo inocente, sin saber que el héroe de la noche no sonreía como siempre. Canelo caminaba en silencio, rodeado de cámaras, pero solo en sus pensamientos. Había defendido sus cinturones con autoridad, pero sin gloria.
William Scull, su rival de la noche, había subido al ring… pero no para guerrear. El panameño, desconocido para muchos hasta esa noche, parecía más interesado en sobrevivir que en competir. Movimientos laterales, abrazos repetidos, pasos hacia atrás. Pocas combinaciones, cero riesgo.
Y aunque Canelo lo entendía —el miedo, la presión, el debut en los reflectores mundiales— no lo justificaba.
“Le dije: ‘No puedes ganar peleas así’. Y me respondió: ‘Lo siento, es mi primera vez… solo quería aguantar.’”
Esa frase, en cualquier otro contexto, podría haber conmovido al mexicano. Pero no esa noche. No después de semanas de preparación, de dolor en cada entrenamiento, de visualizaciones de una guerra que nunca llegó.
La pelea que no fue
El rostro de Canelo frente a los micrófonos decía más que sus palabras. “Para dar un gran show se necesitan dos peleadores”, dijo con serenidad, casi susurrando. Pero entre líneas se leía otra cosa: desilusión.
Scull no había venido a ganar. Solo a no perder de forma aparatosa. Y para Canelo, eso era una traición al boxeo.
“Eso es mentalidad mediocre”, dijo, sin ocultar su molestia. “Venir solo a durar los 12 rounds no es boxear. Es correr. Y la gente merece más.”
Un mensaje con destinatario
Cuando le preguntaron si creía que Terence Crawford podría hacer lo mismo, Canelo no dudó:
“Espero que no. Porque la gente merece una gran pelea.”
No fue un reto directo, pero sí una advertencia disfrazada de esperanza. Crawford, su próximo rival en septiembre, representa el desafío más grande de su carrera desde Mayweather. Inteligente, técnico, invicto. El mundo ya espera esa pelea con ansiedad. Pero Canelo dejó en claro que no aceptará otro combate sin alma.
La compasión por Ryan
Entre tantas preguntas, surgió un nombre inesperado: Ryan García. Apenas 24 horas antes, el joven californiano había caído estrepitosamente ante sus críticos. Burlas en redes, memes, titulares crueles.
Canelo, en cambio, habló con el corazón.
“Me siento mal por él. Me da lástima… pero así es el boxeo.”
No había juicio. Solo empatía. Tal vez porque él también fue ese joven alguna vez. Tal vez porque conoce la soledad que se siente cuando todos te apuntan, cuando te caes en público.
“Estuvo un año fuera. Es difícil volver así.”
Pocos lo entendieron como él. Ningún otro campeón dijo algo con tanta humanidad.
Arabia: un escenario inesperado
Mientras hablaba, Canelo no dejaba de mencionar lo bien que lo habían tratado en Arabia Saudita. “Me trataron como a un rey”, repitió varias veces, casi con asombro genuino. No era para menos. Hoteles de cinco estrellas, logística perfecta, respeto absoluto.
“No he aprendido el idioma, pero me encanta estar aquí”, añadió, dejando entrever que este país podría volverse parte regular de su carrera.
El boxeo está migrando hacia nuevos territorios, y Canelo lo sabe. Pero no importa el lugar… si no hay fuego en el ring, no hay historia que contar.
Un final sin celebración
Ya en el pasillo rumbo al vestidor, alguien le gritó: “¡Grande, campeón!”
Canelo se detuvo. Miró, sonrió… pero con una calma que parecía pedir más.
Tomó el micrófono por última vez. Era Cinco de Mayo. Había que hablarle a México.
“Gracias por el apoyo. Gracias por siempre estar ahí. Nos vemos en septiembre.”
Y con esas palabras cerró la noche. Una noche en la que ganó sin pelear. Una noche en la que, pese a todo, el boxeo —ese que lleva en la sangre desde niño— le pidió más.
Y él, como siempre, está dispuesto a dárselo.
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