Incapaz de soportar el funeral de su esposa, el hombre se fue antes… pero lo que escuchó al salir lo cambió todo.
Alex no podía más. El calor, el cansancio y el vacío en el pecho lo estaban destrozando.
Mientras un primo hablaba de lo buena que había sido Olivia, él ya ni escuchaba. El aire del cementerio le sabía a muerte.
Se inclinó hacia su hermana, Mary, y le susurró:
—Necesito irme… no aguanto.
Ella asintió con comprensión.
—Vete, no te preocupes. Aquí nos encargamos.
Alex se levantó despacio. Caminó sin mirar atrás. No quería más palabras, más flores, más pésames. Olivia estaba muerta. ¿Qué sentido tenía ya? Ella era todo. Sin ella, el mundo le sabía a cartón.
Cuando iba saliendo por la reja de hierro del panteón, la vio.
Una niña, como de once años, delgada, con un abrigo viejísimo que le quedaba gigante. Sentada en una banca de madera, con una lata oxidada a sus pies y unas cuantas monedas dentro.
—Tío… ¿me das algo para un pan? —pidió en voz bajita, pero firme.
Alex metió la mano al bolsillo.
Traía un fajo de billetes de cien dólares… y unas monedas.
¿Qué más daba? ¿Para qué quería ya ese dinero?
—Toma —dijo, y le echó todo el fajo en la lata.
La niña se quedó pasmada.
—Tío… ¿es en serio? ¿No te equivocaste?
—Sí… es en serio —dijo Alex, sin emoción, y siguió caminando hacia su coche.
—Tío… —volvió a llamarlo la niña.
Se detuvo. Volteó.
La niña lo veía con unos ojos tan intensos, tan serios… que le helaron el alma.
—Tu esposa está viva —soltó ella. Tranquila. Como si hablara del clima.
—Pero eso no te va a hacer sentir mejor.
Ven conmigo.
Alex sintió cómo se le doblaban las piernas. El corazón se le aceleró. Le zumbaban los oídos. El aire se volvió denso.
Volteó hacia el cementerio, luego a la niña.
Los ruidos —llantos, voces, hasta los pajaritos— se apagaron de golpe. Todo quedó en silencio.
—¿Qué dijiste? —balbuceó.
—Lo que escuchaste —respondió ella, dando un paso hacia él—.
No te quedes ahí parado como piedra.
El tiempo corre.
Sígueme.
Tomó su lata y empezó a caminar por un sendero delgado que salía del panteón, hacia el monte.
Alex, como embrujado, la siguió.
Y lo que vio más adelante… le congeló la sangre
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