Cada palabra era un golpe certero que le robaba el aliento. El mundo de Valentina se desplomó a su alrededor. Tres años de amor y sueños compartidos, todo había sido una mentira monumental. La traición de Alejandro, el hombre que pensó que amaba, fue un dolor insoportable. Aún así, no iba a derrumbarse. Si él quería un juego sucio, ella demostraría que podía jugarlo mejor.

Mientras escuchaba los planes de Alejandro para acceder a la fortuna de su padre y liquidar propiedades sin que él se enterara, Valentina sentía el temblor en sus manos. ¿Cómo pudo ser tan ciega? ¿Cómo no vio las señales? Alejandro y su padrino Diego discutían sobre cómo manipularla para que firmara papeles y asegurarse el control sobre todo lo que su padre había construido.
Con un nudo en el estómago, Valentina intentó calmarse. Su hermana Sofía le enviaba un mensaje, ansiosa por verla salir. Mientras se ajustaba el velo y se preparaba para entrar en la iglesia, Valentina no podía dejar de pensar en la traición que acababa de descubrir. A pesar de la herida, iba a seguir adelante con el papel que había decidido interpretar, una novia ingenua y enamorada, aunque en su corazón ardiera la venganza.
Cuando entró en la iglesia, todos los ojos se dirigieron hacia ella. Alejandro, como siempre, le dedicó esa sonrisa que antes la derretía, pero ahora le provocaba una sensación de repulsión. El padre de Valentina, Rodrigo Gutiérrez, la entregó a Alejandro con las palabras: “Cuídala”, sin sospechar lo que realmente ocurría. Mientras caminaba hacia el altar, Valentina luchaba por mantener la compostura, saludando a los invitados y sonriendo de manera ensayada.
El sacerdote inició la ceremonia, recitando las palabras sobre amor y respeto. Pero Valentina no podía dejar de escuchar las risas de Alejandro y sus padrinos resonando en su mente. Cuando llegó su turno para hablar, lo que dijo fue un golpe directo a la mentira que Alejandro había construido.
“Alejandro, esta relación me ha enseñado sobre la confianza, sobre entregar el corazón. Hoy quiero que sepas que te conozco de verdad. Conozco tus sueños, tus ambiciones, y prometo estar a tu lado, sin importar los desafíos”, dijo Valentina, sus palabras cargadas de ironía. La sala se llenó de murmullos, algunos conmovidos, otros sorprendidos por la intensidad de sus palabras.
El intercambio de anillos fue el momento en que Alejandro, sin saberlo, cayó en la trampa. Valentina, con su mano temblorosa, colocó el anillo, mientras en su interior planeaba su venganza. “Por el poder que me ha sido conferido, los declaro marido y mujer”, dijo el sacerdote. El beso que siguió fue vacío, mecánico, como un último acto de un teatro que Valentina había comenzado a orquestar.
A medida que avanzaban por el pasillo, entre felicitaciones y pétalos de rosa, Valentina continuó interpretando su papel. La sesión de fotos fue una farsa, pero ella la jugaba a la perfección. Alejandro, al ver las sonrisas de todos, se sentía ganador, sin sospechar lo que Valentina había planeado.
Esa noche, mientras Diego y Javier intercambiaban miradas cómplices, Valentina se preparaba para lo que vendría. Sabía que la venganza era una larga espera, pero cuando llegara, Alejandro jamás podría haber imaginado lo que le esperaba.
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