El padre soltero fue despedido con su hija dormida en brazos, pero la millonaria lo vio todo y se acercó con una oferta que lo dejó en shock.

Disculpe, ¿está usted bien? Rafael levantó la mirada del pavimento confundido. Una mujer elegante, vestida con un traje rosado impecable lo observaba desde la ventanilla de un auto negro.

Había estado tan perdido en sus pensamientos que ni siquiera la había escuchado acercarse. Yo sí. Estoy bien”, murmuró ajustando a Sofía en sus brazos. La niña seguía profundamente dormida, ajena al caos que se había desatado en la vida de su padre apenas dos horas antes. “No parece que esté bien”, insistió la mujer bajándose del auto. “Lo vi salir del edificio hace unos minutos. parecía perdido.

Rafael miró la caja de cartón que había dejado en el suelo junto a sus pies, sus diplomas, una planta pequeña, algunas fotos familiares y dos años de su vida profesional resumidos en objetos que ahora parecían insignificantes. “Me despidieron”, dijo sin rodeos, sorprendiéndose a sí mismo por la honestidad. Recorte de personal.

Y ahora tengo que explicarle a mi hija de 4 años por qué papá ya no tiene trabajo. La mujer lo estudió con una intensidad que lo hizo sentir incómodo. Sus ojos verdes parecían buscar algo más allá de sus palabras. Es su hija. Sí. Rafael besó suavemente la cabeza de Sofía. Se llama Sofía. Se quedó dormida esperándome en el jardín de niños. Supongo que sintió que papá llegaba tarde porque algo estaba mal.

Isabel la sintió como si algo se rompiera dentro de su pecho. La imagen de este hombre cargando a su hija dormida, con esa mezcla de ternura y desesperación en sus ojos, la transportó a todos los sueños que había tenido que enterrar. “¿Está solo?”, preguntó, aunque ya conocía la respuesta por la ausencia de un anillo de matrimonio. Desde hace dos años.

Mi esposa murió en un accidente. Rafael se preguntó por qué le estaba contando esto a una completa extraña. Desde entonces somos solo Sofía y yo contra el mundo. Debe ser muy difícil. Lo es, pero ella vale cadaficio. La voz de Rafael se suavizó al mirar a su hija. Solo que ahora no sé cómo voy a mantenerla.

Los trabajos escasean y tengo cuentas que pagar, su colegio, la renta. Isabela cerró los ojos un momento. Había llegado a ese edificio para una reunión de negocios rutinaria, pero el destino le había puesto enfrente exactamente lo que había estado buscando sin saberlo. ¿Cómo se llama? Rafael. Rafael Torres.

Isabela Mendoza extendió su mano. Y creo que tengo una propuesta que podría interesarle. Rafael la miró con desconfianza. Había aprendido a recelar de las ofertas que sonaban demasiado buenas para ser verdad. ¿Qué tipo de propuesta? Isabela respiró profundo. Lo que estaba a punto de decir cambiaría la vida de ambos para siempre. Cásese conmigo.

Rafael casi deja caer a Sofía del shock. Perdón, lo que escuchó. Necesito un esposo. Usted necesita estabilidad económica para su hija. Podríamos ayudarnos mutuamente. Señora, yo no la conozco. Usted no me conoce y me está proponiendo matrimonio en la calle. Rafael comenzó a caminar hacia su auto. Debe estar loca. Espere. Isabela lo siguió.

Sé que suena absurdo, pero escúcheme. Soy dueña de textiles Mendoza. Tengo más dinero del que podré gastar en toda mi vida. Pero mi familia me presiona constantemente para que me case. Necesito un esposo para que me dejen en paz. Rafael se detuvo y la miró fijamente. ¿Y qué gano yo en este negocio loco? Su hija nunca más tendrá que preocuparse por dinero.

Educación privada, atención médica, todo lo que necesite. Usted podrá rehacer su carrera sin presiones. Y yo, Isabela miró a Sofía con una ternura que no pudo ocultar. Yo podría ser la madre que ella necesita. Mi hija tiene madre, está muerta, pero la tiene. Perdón, no quise. Isabela se sonrojó.

Me refiero a una figura materna presente, alguien que la cuide, que la ayude con las tareas, que esté ahí cuando usted no pueda. Rafael sintió como si el mundo se hubiera vuelto loco en el transcurso de una tarde. Primero el despido, ahora una millonaria proponiéndole matrimonio por conveniencia.

Esto es ridículo, más ridículo que no poder darle a su hija la vida que se merece. Isabela suavizó su tono. Mire, sé que soy una extraña, pero he observado cómo la carga. Se nota que la ama profundamente. Yo nunca podré tener hijos propios, pero siempre soñé con ser madre. Podríamos darnos mutuamente lo que necesitamos.

Sofía se removió en los brazos de Rafael, susurrando algo incomprensible en sueños. Isabela sintió una punzada en el corazón al verla. “Piénselo”, dijo Isabela entregándole una tarjeta. “Tengo un contrato preparado. 5 años. Vida separada, pero públicamente unidos, sin ataduras emocionales. Solo un acuerdo que nos beneficie a ambos.” Rafael tomó la tarjeta. Incrédulo.

Ya tiene el contrato preparado. Digamos que he estado pensando en esto desde hace tiempo. Solo necesitaba encontrar a la persona correcta. Isabel la miró una vez más a Sofía. Creo que la encontré. Se subió a su auto y bajó la ventanilla. Mi número está en la tarjeta. Llámeme cuando haya decidido. Pero no tarde mucho, señr Torres.

Su hija se merece una vida sin preocupaciones. El auto se alejó dejando a Rafael parado en la acera con una niña dormida en brazos, una caja de pertenencias a sus pies y la propuesta más absurda que había escuchado en su vida resonando en su cabeza. Miró la tarjeta. Isabela Mendoza. Co, textiles Mendoza. ¿Qué opinas, princesa? Le susurró a Sofía.

Papá se está volviendo loco o el mundo entero perdió la cordura. Sofía suspiró en sueños y se acurrucó más contra él. Rafael guardó la tarjeta en su bolsillo y recogió la caja. Por primera vez en dos años el futuro era completamente incierto. Pero por primera vez en dos años también había una puerta que se abría cuando todas las demás se cerraban.

Rafael no durmió en toda la noche. Después de acostar a Sofía, se quedó sentado en la mesa de la cocina. mirando fijamente la tarjeta de Isabela Mendoza. La propuesta más absurda del mundo seguía dando vueltas en su cabeza como un disco rayado. A las 6 de la mañana, su hermana Carmen tocó la puerta. “Te ves terrible”, dijo Carmen al verlo. “¿Qué pasó ayer? Tu mensaje sonaba raro.

Me despidieron. Rafael sirvió café para ambos y después, bueno, creo que me estoy volviendo loco, le contó todo desde el momento en que el jefe de recursos humanos lo llamó a su oficina hasta la conversación surrealista con Isabela Mendoza. Carmen lo escuchó sin interrumpir, pero sus ojos se iban abriendo cada vez más.

“¿Me estás diciendo que una millonaria te propuso matrimonio en la calle?” Matrimonio por conveniencia. Rafael se frotó la cara. dice que necesita un esposo para que su familia la deje en paz. ¿Y tú qué le dijiste? Que estaba loca, porque obviamente lo está. Carmen se quedó callada un momento, pensativa. ¿Tú crees que Carmen hubiera querido que te quedaras solo para siempre? Rafael la miró sorprendido.

Su hermana llevaba el nombre de su difunta esposa, algo que siempre había sido emotivo para ambos. No estamos hablando de amor, Carmen. Estamos hablando de un contrato comercial. Estamos hablando de que Sofía tenga una figura materna y de que tú puedas darle la vida que se merece. Carmen tomó su mano.

Mi tocaya me dijo una vez que si algo le pasaba, lo único que quería era que ustedes dos fueran felices. Mientras tanto, en su oficina de textiles Mendoza, Isabela tampoco había dormido. Se había quedado trabajando hasta tarde, pero en realidad no podía concentrarse en nada que no fuera la imagen de Rafael cargando a Sofía. Su asistente, Patricia, entró con un café y una carpeta. Los reportes que pidió señora Mendoza.

Está bien, se ve cansada. Patricia, ¿alguna vez has hecho algo completamente impulsivo? Señora, algo que va contra toda lógica, pero que sientes que es lo correcto. Patricia la miró con curiosidad. En 5 años trabajando para Isabela, nunca la había visto tan vulnerable. Una vez renuncié a un trabajo estable para seguir a un hombre que resultó ser un idiota. Sonrió.

Pero supongo que no es el tipo de impulso al que se refiere. Isabela se levantó y caminó hacia la ventana. Ayer le propuse matrimonio a un completo extraño. ¿Qué? Matrimonio por conveniencia. Él necesita dinero. Yo necesito un esposo. Parecía lógico en el momento. Señora Mendoza, con todo respeto, ¿se siente bien? Isabela se rió, pero no había humor en su risa.

Probablemente no. Pero cuando vi a ese hombre con su hija, Patricia, nunca he querido algo tanto como quiero ser madre de esa niña. En su departamento, Rafael había pasado la mañana enviando currículums. Las respuestas eran desalentadoras, sueldos que no le alcanzarían ni para pagar la renta, trabajos que requerían viajar constantemente, ofertas en otras ciudades que significarían alejar a Sofía de todo lo que conocía.

Papá, ¿por qué estás triste? Sofía se acercó con su muñeca favorita. No estoy triste, princesa. Solo estoy pensando. Pensando en qué. Rafael la cargó y la sentó en sus piernas. En cómo hacer que nuestra vida sea mejor. Nuestra vida no es buena, es perfecta cuando estás tú. La besó en la frente. Pero papá quiere darte más cosas. Mejores cosas. Yo solo quiero que no estés triste.

Sofía lo abrazó. Y que tengamos una mamá. Rafael sintió como si le hubieran dado un puñetazo en el estómago. Una mamá. Todas mis amigas tienen mamá. Yo solo tengo la foto de mi mamá del cielo. Esa tarde Isabela recibió una llamada de su madre. Hija, tu padre y yo queremos hablar contigo. Ven a cenar.

Isabela sabía lo que eso significaba. otra conversación sobre su soltería, sobre cómo a los 35 años ya debería estar casada, sobre el futuro de la empresa familiar. En casa de sus padres, la conversación fue exactamente lo que esperaba. “Isabela, estamos preocupados por ti”, dijo su madre. “Vives solo para el trabajo. Necesitas una familia.

” Tengo una familia. Ustedes, ¿sabes a qué me refiero? Su padre intervino. Un esposo, hijos, el negocio familiar necesita continuidad. Isabel la sintió la familiar punzada de dolor al mencionar los hijos. Papá, ya hablamos de esto. Yo no puedo. Siempre puedes adoptar, pero primero necesitas un esposo. Esa noche Isabela se quedó despierta mirando los reportes médicos que confirmaban su infertilidad.

Los había leído cientos de veces, pero el dolor nunca disminuía. A las 11 de la noche, su teléfono sonó. Señora Mendoza, soy Rafael Torres. Isabela sintió que el corazón se le aceleraba. Señor Torres, no pensé que fuera a llamar. Yo tampoco pensé que lo haría. Había algo diferente en su voz. Pero necesito preguntarle algo.

¿Habla en serio? ¿Realmente está dispuesta a casarse conmigo solo para que su familia la deje en paz? Completamente en serio. ¿Y usted estaría dispuesto a hacerlo solo por dinero? No sería solo por dinero. Rafael respiró profundo. Sería por darle a mi hija la vida que se merece. Y tal vez, tal vez por darle la figura materna que necesita.

¿Quiere que nos veamos mañana? Puedo mostrarle el contrato ya lo tiene listo. Lo escribí esta mañana. 5 años matrimonio civil. Vidas separadas, pero públicamente unidos. Yo cubriré todos los gastos de Sofía y usted tendrá libertad completa para rehacer su carrera. Rafael cerró los ojos.

Era la decisión más loca de su vida, pero también la única que tenía sentido. Está bien, nos vemos mañana, señor Torres. Gracias por llamar. Señora Mendoza, espero que ninguno de los dos se arrepienta de esto. Colgaron el teléfono y ambos se quedaron despiertos el resto de la noche, sabiendo que habían cruzado un punto de no retorno.

Al día siguiente se encontraron en un café discreto. Isabela llegó con una carpeta llena de documentos legales. Rafael llegó con una mezcla de esperanza y terror. ¿Estás seguro de esto?, preguntó Isabela después de explicarle todos los términos. Rafael pensó en Sofía, en su sonrisa, en sus sueños de tener una mamá. Sí, estoy seguro.

Entonces, señor Torres, creo que vamos a casarnos. Pueden besarse, dijo el juez civil con una sonrisa rutinaria. Rafael e Isabela se miraron incómodos. Después de tres semanas de papeleo, firmas y trámites, ese momento había llegado más rápido de lo esperado. Un beso rápido y formal selló el matrimonio más extraño de la historia.

“Ya está”, murmuró Isabela. “Somos marido y mujer. Por 5 años”, añadió Rafael como si necesitara recordárselo a ambos. La ceremonia había sido pequeña. Solo Carmen como testigo de Rafael, Patricia como testigo de Isabela y Sofía, que no entendía muy bien qué estaba pasando, pero había insistido en usar su vestido más bonito para la fiesta de papá e Isabela.

“Ahora Isabela es mi nueva mamá”, preguntó Sofía mientras salían del registro civil. Rafael y Isabela intercambiaron miradas nerviosas. Isabela va a vivir con nosotros y va a cuidarte mucho, explicó Rafael. Pero ella no reemplaza a tu mamá del cielo. Puedo decirle mamá Isa. Isabela sintió que se le hacía un nudo en la garganta. Si tú quieres, princesa, me encantaría. La mudanza fue tan incómoda como todo lo demás.

Isabela había comprado una casa más grande en las lomas, con espacios suficientes para que todos tuvieran privacidad. Rafael se sentía como un extraño mientras cargaba sus pocas pertenencias al que ahora era oficialmente su hogar. Tu habitación está aquí. Isabela le mostró una suite amplia con baño propio. Pensé que necesitarías tu espacio. Gracias.

Es muy grande. La habitación de Sofía está al lado de la tuya. Pensé que preferirías tenerla cerca. Rafael asintió admirando los detalles. Isabela había pensado en todo. Una cama nueva para Sofía, juguetes, libros. Incluso había pintado las paredes de rosa con pequeñas mariposas. ¿Cuándo hiciste todo esto? La semana pasada. Quería que se sintiera como en casa.

Los primeros días fueron extrañamente silenciosos. Rafael se levantaba temprano, preparaba el desayuno para Sofía y trataba de no hacer ruido. Isabela salía al trabajo antes de que él bajara y regresaba cuando ya habían cenado. ¿Por qué mamá Isa no come con nosotros? Preguntó Sofía una noche. Ella trabaja mucho, princesa. ¿No le gusta estar con nosotros? Rafael no supo qué responder.

Él mismo se lo preguntaba. La situación cambió una mañana cuando Sofía se despertó con fiebre. Papá, me duele la panza. Gimió la niña. Rafael entró en pánico. No tenía seguro médico nuevo. No conocía pediatras en esa zona y no sabía si podía usar el seguro de Isabela. ¿Qué pasa? Isabela apareció en la puerta, ya vestida para el trabajo, pero con cara de preocupación. Sofía tiene fiebre. No sé a qué doctor llevarla aquí.

Yo conozco al mejor pediatra de la ciudad. Isabela se acercó a la cama y puso su mano en la frente de Sofía. Hola, pequeña. ¿Te sientes mal? Sofía asintió débilmente. Voy a llamar al doctor Ramírez. ¿Puede venir a la casa? Isabela ya estaba marcando. Doctor, habla Isabela Mendoza. Necesito que venga a casa, es urgente.

En media hora, el médico estaba examinando a Sofía. Resultó ser solo un virus estomacal, nada grave. Pero Isabel la canceló todas sus reuniones del día para quedarse en casa. “No tienes que quedarte”, dijo Rafael. “Yo puedo cuidarla. Quiero quedarme.” Isabela se sentó en el borde de la cama de Sofía. Además, conozco algunos trucos para que se sienta mejor. Fue el primer día que realmente funcionaron como familia.

Isabela preparó un caldo especial que había aprendido de su abuela. Rafael leyó cuentos a Sofía y entre los dos lograron que la niña sonriera a pesar de sentirse mal. “¿Sabes qué?”, dijo Sofía esa noche, ya sintiéndose mejor. “Creo que me gusta tener una mamá, Isa.

” Isabela tuvo que salir del cuarto para que no la vieran llorar. Después de ese día, la dinámica cambió. Isabela comenzó a llegar más temprano del trabajo y ocasionalmente cenaban juntos. Rafael notó pequeños cambios. Isabela había llenado el refrigerador con los cereales favoritos de Sofía. Había aprendido a hacer las coletas exactamente como a la niña le gustaban y siempre preguntaba por las tareas del colegio.

“¿Cómo va tu negocio?”, preguntó Isabela una noche mientras lavaban platos juntos. Lento, pero mejor de lo que esperaba. Conseguí dos clientes pequeños. “Si necesitas referencias o contactos, puedo ayudarte. No quiero aprovecharme del arreglo más de lo necesario. Isabela se detuvo y lo miró. Rafael, no es aprovecharse. Somos dudó un momento. Socios.

Los socios se ayudan. Un mes después establecieron rutinas que casi parecían naturales. Los desayunos se volvieron menos silenciosos, especialmente porque Sofía era una conversadora nata que llenaba cualquier silencio incómodo. Mamá Isa, ¿tú también querías ser arquitecta como papá? No, pequeña.

A mí me gusta dirigir la empresa a tomar decisiones importantes. ¿Y quieres tener más hijos como yo, Rafael? casi se atraganta con el café. Isabela se puso pálida. Yo me encanta cuidarte a ti, Sofía, pero ¿quieres tener un bebé en tu panza? Sofía, no hagas preguntas tan personales, intervino Rafael. Está bien. Isabela sonrió tristemente.

No puedo tener bebés en mi panza, Sofía, pero tenerte a ti es mejor que cualquier cosa que hubiera podido imaginar. Sofía se levantó de su silla y abrazó a Isabela. Entonces yo seré tu bebé especial. Isabela la abrazó fuerte y Rafael sintió algo extraño en el pecho, algo que no había sentido desde que Carmen murió. Los fines de semana comenzaron a incluir actividades familiares. El parque, el cine, museos.

Para el mundo exterior parecían una familia perfecta. Pero por las noches, cuando Sofía dormía, Rafael e Isabela volvían a sus habitaciones separadas, recordando que todo era temporal. Una noche, Rafael escuchó ruidos en la cocina. Encontró a Isabela preparando el almuerzo de Sofía para el día siguiente. “No tienes que hacer eso”, dijo. “Yo puedo preparárselo.

Me gusta hacerlo.” Isabela no levantó la vista. Es maternal. Se quedaron en silencio unos minutos trabajando lado a lado. Isabela, ¿puedo preguntarte algo? Claro. ¿Alguna vez te arrepientes de haber hecho esto? Isabela dejó de cortar el sándwich y lo miró. Jamás. ¿Y tú? No, es solo que a veces se siente tan real que olvido que es temporal.

Tal vez esa sea la idea murmuró Isabela. Que se sienta real para Sofía. Rafael asintió, pero ambos sabían que se estaba sintiendo real para ellos también. Tres meses después de la boda, los padres de Isabela vinieron a cenar. Rafael estaba nervioso, pero Isabela lo tranquilizó. Solo sé tú mismo.

Ya les conté que eres arquitecto, que tienes una hija preciosa y que eres un buen hombre. La cena fue sorprendentemente agradable. Los padres de Isabela se enamoraron inmediatamente de Sofía y quedaron impresionados con la sinceridad y calidez de Rafael. “Es un buen hombre”, le dijo la madre de Isabela mientras recogían la mesa. “Se nota que te ama.

” Isabela no supo que responder porque por un momento terrible y maravilloso había deseado que fuera verdad. Esa noche, después de que todos se fueran a dormir, Rafael encontró a Isabela en el jardín. Creo que les gusté a tus padres. Les encantaste y Sofía los conquistó completamente. Es buena en eso. Se quedaron callados disfrutando la noche fresca.

Rafael, ¿puedo confesarte algo? Por supuesto, por nunca había sido tan feliz como estos últimos meses. Rafael la miró sorprendido. Yo tampoco, admitió. Y eso me asusta un poco. ¿Por qué? Porque se supone que esto es temporal. Isabela sintió que el corazón se le aceleraba, pero antes de que pudiera responder, Sofía apareció en la puerta del jardín con su osito de peluche.

No puedo dormir. ¿Puedo quedarme con ustedes un ratito? Rafael la cargó y la sentó entre los dos. ¿De qué estaban hablando? De lo felices que somos, dijo Isabela acariciando el cabello de Sofía. Yo también soy feliz, murmuró Sofía acurrucándose contra ambos. Me gusta nuestra familia. Rafael e Isabela intercambiaron miradas por encima de la cabeza de la niña.

En ese momento, ambos se dieron cuenta de que lo que había comenzado como un arreglo conveniente se había convertido en algo mucho más complicado y mucho más real. 6 meses después de la boda, la vida había encontrado un ritmo que ya no se sentía extraño. Isabela se despertaba cada mañana con el sonido de Sofía corriendo hacia su habitación.

para darle los buenos días, algo que se había convertido en la parte favorita de su día. Mamá Isa, papá dice que podemos hacer panqueques. Isabela sonrió y se puso la bata. En la cocina, Rafael ya tenía todos los ingredientes listos. Espero que no te moleste, dijo. Le prometí panqueques especiales porque ayer se portó muy bien en el dentista. Me encanta la idea, pero yo hago los mejores panqueques de la ciudad.

Eso está por verse. Rafael sonrió con picardía. Sofía será la jueza. La cocina se llenó de risas y harina volando por todos lados. Sofía terminó con más mezcla en la cara que en el tazón, pero su risa era contagiosa. Isabela nunca había imaginado que algo tan simple como hacer panqueques pudiera sentirse tan completo.

“Los de mamá Isa están más esponjosos”, declaró Sofía después de probar ambas versiones. “¡Ja, Isabela hizo un gesto triunfal. Te dije que eran los mejores. Está bien, acepto la derrota.” Rafael levantó las manos. “Pero yo hago mejor café. Eso tampoco está comprobado. Isabela lo retó con una sonrisa. Era el tipo de intercambio que había estado sucediendo más frecuentemente.

Pequeñas bromas, sonrisas compartidas, momentos que se sentían genuinamente matrimoniales. El negocio de Rafael había despegado de manera inesperada. Uno de sus primeros clientes había quedado tan satisfecho que lo recomendó con varios conocidos. Isabela había mantenido su promesa de no interferir directamente, pero ocasionalmente mencionaba su nombre en conversaciones con otros empresarios. “Tengo una propuesta”, dijo Isabela durante el desayuno.

“¿Qué tal si este fin de semana vamos a Cuernavaca? Tengo una casa allá que nunca uso.” “¿Los tres?”, preguntó Rafael. “Sí”, gritó Sofía. “Tiene alberca. Tiene alberca, jardín y hasta caballos en la propiedad vecina. Por favor, papá, por favor. Sofía brincaba en su silla. Rafael miró a Isabela.

Durante estos meses había aprendido a leer sus expresiones y había algo diferente en sus ojos, una esperanza que no había estado ahí antes. Está bien, pero yo manejo. Trato hecho. El viaje a Cuernavaca fue revelador. Lejos de la rutina diaria, los tres se comportaron como una familia de verdad. Isabela enseñó a Sofía a nadar.

Rafael preparó una carne asada mientras las dos jugaban en el jardín y por las noches se sentaban en la terraza viendo las estrellas. “Papá, ¿podemos vivir aquí para siempre?”, preguntó Sofía la segunda noche. “Esta no es nuestra casa, princesa.” “Pero podríamos hacer que lo fuera”, murmuró Isabela y luego se sonrojó al darse cuenta de que había hablado en voz alta. Rafael la miró con curiosidad, pero no dijo nada.

La última noche en Cuernavaca, después de acostar a Sofía, Rafael e Isabela se quedaron en la terraza más tiempo del habitual. “Gracias por esto”, dijo Rafael. “Hacía mucho que no veía a Sofía tan feliz. Yo nunca había tenido un fin de semana como este. Isabela jugó con su copa de vino. Me siento como si tuviera la familia que siempre quise. Isabela.

Rafael dudó un momento. ¿Alguna vez piensas en cómo será cuando termine el contrato? Isabela sintió una punzada en el pecho. Trato de no pensarlo. Tú sí. Cada vez menos admitió Rafael. Y eso me preocupa. ¿Por qué? Porque Sofía se está acostumbrando a esto. A ti, ¿qué va a pasar cuando te vayas? Isabela se quedó callada.

Ella también se había hecho la misma pregunta, pero no se atrevía a enfrentar la respuesta. De regreso en la Ciudad de México, la rutina familiar continuó, pero algo había cambiado. Los gestos casuales se volvieron más frecuentes. Isabela, poniendo su mano en el hombro de Rafael mientras le servía café. Rafael apartando un mechón de cabello del rostro de Isabela cuando cocinaban juntos, miradas que duraban un segundo más de lo necesario.

Una tarde, Isabela llegó temprano del trabajo y encontró a Rafael en su estudio trabajando en planos. “¿Puedo ver?” “Es una casa”, Rafael señaló el diseño. “Para una familia joven, tres habitaciones, jardín amplio, espacios abiertos para que los niños jueguen.” Isabela estudió los planos. Eran hermosos, llenos de detalles pensados para la comodidad familiar. Es preciosa.

¿Te imaginas vivir en una casa así? Rafael la miró directamente. Últimamente me imagino muchas cosas que no debería. El corazón de Isabela se aceleró, pero antes de que pudiera responder, Sofía irrumpió en el estudio. Papá, mamá, Isa, vengan a ver mi proyecto de la escuela. El momento se rompió, pero la tensión quedó flotando en el aire.

Esa noche Isabela recibió una llamada de su madre. Hija, tu padre y yo queremos que vengan a cenar el domingo. Los tres. Mamá, ya hemos cenado juntos varias veces. Lo sé, pero esta vez es especial. Queremos hacer un anuncio. El domingo, en casa de los padres de Isabela, la cena transcurrió normalmente hasta que llegó el postre.

Tenemos algo que decirles, anunció el padre de Isabela. Su madre y yo hemos decidido jubilarnos completamente. Queremos viajar disfrutar de nuestros nietos futuros. Isabela y Rafael intercambiaron miradas nerviosas. Isabela, la empresa es oficialmente tuya, pero más importante aún. La madre sonrió. Queremos que sepan lo orgullosos que estamos de la familia que han construido.

No es lo que esperábamos cuando nos casamos, continuó el padre. Pero viendo a Isabela con Sofía, viendo como Rafael la hace sonreír, nos damos cuenta de que encontraron algo especial. Sofía, que había estado jugando con su postre, levantó la cabeza. ¿Qué es especial el amor que se tienen? Respondió la abuela. Se nota que se aman mucho.

Isabela casi se atraganta con el agua. Rafael se puso rígido. Abuela, ¿cómo sabes que se aman? Porque cuando tu papá mira a tu mamá Isa, sus ojos brillan igual que cuando te mira a ti. Y cuando mamá Isa habla de tu papá, sonríe de una manera especial. Isabela sintió que se le subían los colores. Rafael no sabía dónde meterse.

Los niños siempre dicen la verdad, rió la madre de Isabela. Sofía solo está diciendo lo que todos vemos. En el camino de regreso a casa, el silencio era ensordecedor. Sofía se había quedado dormida en el asiento trasero, dejando a los adultos solos con sus pensamientos. Lo que dijo Sofía, comenzó Rafael, era solo la imaginación de una niña.

Isabela lo interrumpió rápidamente. ¿Estás segura? Isabela no respondió, pero Rafael notó que sus manos temblaban ligeramente en el volante. Esa noche, después de acostar a Sofía, se encontraron nuevamente en la cocina. Isabela, tenemos que hablar de lo que está pasando. No está pasando nada. Sí está pasando y ambos lo sabemos.

Lo Isabela se apoyó contra el mesón evitando su mirada. Rafael, tenemos un contrato, tenemos un acuerdo. Los contratos se pueden cambiar. ¿Qué estás sugiriendo? Estoy sugiriendo que tal vez esto se convirtió en algo más de lo que planeamos. Isabela finalmente lo miró y Rafael vio miedo en sus ojos. Y si te equivocas, y si es solo conveniencia que se siente cómoda? ¿Y si arruinamos lo que tenemos por perseguir algo que no existe? ¿Y si existe y lo perdemos por miedo? Antes de que Isabela pudiera responder, escucharon ruidos arriba. Sofía había tenido una pesadilla y los estaba llamando. Subieron juntos a

tranquilizarla y cuando la niña se calmó susurró, “Ustedes nunca se van a pelear y se van a separar como los papás de Mariana.” Rafael e Isabela se miraron por encima de la cabeza de Sofía. “No, princesa”, respondió Rafael. “Nosotros siempre vamos a estar aquí para ti.” ¿Lo prometen? Lo prometemos. dijo Isabela, aunque su voz se quebró ligeramente.

Cuando salieron del cuarto de Sofía, ambos sabían que acababan de hacer una promesa que sus corazones querían cumplir, pero que sus mentes no sabían cómo garantizar. El acuerdo que había comenzado como algo temporal se había convertido en algo precioso y frágil, y ambos tenían miedo de romperlo o de admitir que ya no querían que fuera temporal.

Después de la cena en casa de los padres de Isabela, algo cambió entre ellos. No fue inmediato, pero gradualmente comenzaron a alejarse el uno del otro como si hubieran cruzado una línea invisible que los asustaba. Rafael empezó a trabajar hasta más tarde, encontrando excusas para quedarse en su estudio cuando Isabela llegaba del trabajo.

Isabela, por su parte, aceptó más viajes de negocios de los necesarios, huyendo de los momentos íntimos que antes disfrutaba. ¿Por qué papá ya no nos lee cuentos juntos?, preguntó Sofía una noche mientras Isabela la acostaba sola. Papá está muy ocupado con su trabajo, pequeña. ¿Y por qué ya no desayunamos los tres? Isabela no supo que responder. La verdad era que Rafael se levantaba más temprano para evitar esos momentos familiares que antes habían sido naturales.

Mamá Isa, tú y papá están peleados. No, corazón, los adultos a veces necesitamos tiempo para pensar. ¿Pensar en qué? En cosas complicadas. Sofía frunció el seño. Con esa seriedad que a veces tienen los niños. Los adultos piensan demasiado. Deberían ser más como los niños. Isabela la besó en la frente, preguntándose cuándo se había vuelto todo tan complicado.

La tensión llegó a un punto crítico una mañana cuando Isabela encontró a Rafael preparando café en la cocina a las 5 de la mañana. No puedes dormir. Rafael se sobresaltó. No la había escuchado bajar. Tengo mucho trabajo, Rafael. Esto es ridículo. Estamos viviendo como extraños. ¿No es eso lo que somos? Su voz sonó más fría de lo que pretendía.

Isabel la sintió como si la hubiera abofeteado. Después de estos meses, ¿realmente crees que somos extraños? Rafael se frotó la cara cansado. No sé qué somos, Isabela, y eso es el problema. ¿Por qué tiene que ser un problema? ¿Por qué no podemos simplemente ser? Porque Sofía está en el medio. Porque ella no entiende que esto es temporal.

Porque cada día que pasa se encariña más contigo. Y cuando termine el contrato, ¿quién dice que tiene que terminar? Rafael la miró sorprendido. El contrato dice que tiene que terminar. Los contratos se pueden modificar. ¿Para qué? Para fingir algo que no existe. Isabela sintió que las lágrimas se agolpaban en sus ojos.

¿Estás diciendo que he estado fingiendo estos meses? Estoy diciendo que no sé la diferencia entre lo que es real y lo que es conveniencia que se siente cómoda. Isabela se quedó callada un momento y cuando habló su voz temblaba. Yo sí sé la diferencia, Rafael, y duele que tú no la veas. Se fue de la cocina sin decir más, dejando a Rafael solo con su café y la certeza de que había dicho algo terrible. Los siguientes días fueron aún más difíciles.

Isabela se sumergió en el trabajo aceptando un viaje de negocios a Guadalajara que normalmente habría delegado. Rafael se quedó solo con Sofía, que no entendía por qué mamá Isa había tenido que irse tan de repente. “¿Cuándo regresa mamá Isa?”, preguntó Sofía por quinta vez ese día. “En tres días, princesa.

¿Por qué se fue sin despedirse de mí?” Rafael no supo qué decir. Isabela había salido muy temprano evitando precisamente esa despedida. Tuvo una emergencia en el trabajo. Esa noche Sofía se despertó con fiebre alta. Rafael entró en pánico al ver que la temperatura subía rápidamente y que la niña comenzaba a delirar.

Corrió al hospital con Sofía en brazos, llamando desesperadamente a Isabela desde el auto. Rafael, ¿qué pasa? Isabela contestó al segundo tono. Sofía está muy enferma. Estoy yendo al hospital. Tiene mucha fiebre y no responde bien. Voy para allá. ¿A qué hospital? Al hospital español. Llego en dos horas. Isabela canceló todas sus reuniones y tomó el primer vuelo de regreso.

Durante el viaje no pudo dejar de pensar en que había huído de su familia justo cuando más la necesitaban. Llegó al hospital corriendo, aún con la ropa de trabajo arrugada. Encontró a Rafael en la sala de espera con la cabeza entre las manos. ¿Cómo está? Neumonía. Rafael levantó la vista y ella vio que había estado llorando. Dicen que va a estar bien, pero necesita quedarse hospitalizada unos días.

Isabela sintió que las rodillas se le aflojaban del alivio. ¿Puedo verla? Está dormida. Pero sí. Entraron juntos al cuarto. Sofía se veía tan pequeña en esa cama de hospital, con suero en el brazo y un monitor cardíaco conectado. Isabela se acercó y le acarició el cabello suavemente. “Perdóname, pequeña”, susurró. “Perdóname por no estar aquí.

” Rafael observó la reacción de Isabela y finalmente entendió algo que había estado negando. El amor de Isabela por Sofía no era fingido, no era parte del contrato, era real, profundo y maternal. Esa noche se turnaron para quedarse con Sofía.

Durante las horas silenciosas del hospital, con solo el sonido de las máquinas y la respiración de la niña, las defensas que habían construido se comenzaron a desmoronar. “Isabela”, susurró Rafael durante su turno de vigilia. “Siento lo que dije en la cocina. No tienes que disculparte por decir la verdad. No era la verdad, era miedo.” Isabela lo miró en la penumbra del cuarto.

¿Miedo de qué? miedo de enamorarme de ti y que al final todo fuera solo en mi cabeza. Isabela sintió que el corazón se le aceleraba. ¿Y si te dijera que no es solo en tu cabeza? Rafael se acercó a ella, pero antes de que pudiera responder, Sofía se removió en la cama. “Mamá, Isa”, murmuró con voz ronca. “Aquí estoy, corazón. ¿Te fuiste porque papá y tú se pelearon?” Isabel la miró a Rafael con lágrimas en los ojos.

No, pequeña. Me fui porque soy tonta y a veces los adultos huimos cuando tenemos miedo. ¿Miedo de qué? Miedo de querer demasiado a alguien. Sofía, con esa sabiduría inexplicable de los niños sonrió débilmente. Pero querer mucho es bueno. Tú me quieres mucho y yo te quiero mucho, y eso nos hace felices. Isabela comenzó a llorar en silencio.

Rafael se acercó y puso su mano sobre la de ella. Tienes razón, dijo suavemente. Querer mucho es bueno. Sofía los miró a ambos con sus ojos brillantes por la fiebre. Ya no van a estar tristes. Rafael e Isabela se miraron por encima de la cabeza de la niña. No, princesa respondió Isabela. Ya no vamos a estar tristes y van a ser felices como antes.

Vamos a tratar de ser aún más felices prometió Rafael. Cuando Sofía se volvió a dormir, Rafael e Isabela se quedaron sentados junto a su cama, tomados de la mano en silencio. Por primera vez en semanas, ambos sintieron que estaban donde debían estar, pero aún quedaba la conversación más difícil, la conversación sobre qué significaba todo lo que habían admitido esa noche y si realmente estaban listos para convertir su matrimonio de conveniencia en algo real.

En el silencio del hospital, con su hija durmiendo entre ellos, Rafael e Isabela finalmente entendieron que ya no había vuelta atrás. Sus corazones habían tomado la decisión que sus mentes habían estado resistiendo. La pregunta ya no era si se amaban, la pregunta era si tenían el valor de admitirlo y luchar por ello. Tres días después, Sofía fue dada de alta del hospital.

Durante el trayecto a casa, la niña iba callada en el asiento trasero, aún débil, pero recuperándose. Rafael e Isabela habían mantenido una conversación silenciosa durante esas horas en el hospital, llena de miradas significativas y manos que se buscaban cuando creían que nadie los veía.

“¿Podemos ver una película juntos cuando lleguemos?”, preguntó Sofía con voz ronca. “Claro, princesa, la que tú quieras”, respondió Rafael. Quiero que sea una de princesas donde al final todos son felices. Isabela sonríó tristemente. Si tan solo la vida real fuera tan simple como los cuentos de hadas. En casa, mientras Isabela preparaba un té especial para Sofía y Rafael, acomodaba almohadas en el sofá.

La normalidad familiar regresó naturalmente, pero había algo diferente en el aire, una tensión no resuelta que todos podían sentir. Esa noche, después de acostar a Sofía y asegurarse de que su fiebre había bajado completamente, Rafael encontró a Isabela en el jardín. Estaba sentada en la banca que habían comprado juntos para ver las estrellas con Sofía.

¿Te molestas y me siento? Isabela negó con la cabeza. Se quedaron en silencio unos minutos escuchando los sonidos nocturnos del jardín. Isabela, tenemos que hablar de lo que pasó en el hospital. Lo sé. No podemos seguir fingiendo que no sentimos lo que sentimos. Isabela respiró profundo, reuniendo valor.

¿Y qué es lo que sientes, Rafael? Rafael se volvió para mirarla directamente. Me enamoré de ti. No sé cuándo pasó exactamente. Tal vez fue gradual. Tal vez fue desde el primer día que te vi preocuparte por Sofía, pero ya no puedo fingir que esto es solo un arreglo de conveniencia. Isabela sintió que se le llenaban los ojos de lágrimas.

Yo también me enamoré de ti, de tu dedicación como padre, de tu gentileza, de la manera en que me aceptaste en tu vida, sin pedirme que fuera alguien diferente. Entonces, ¿por qué estamos tan asustados? Porque esto no estaba en el plan. Isabela se limpió una lágrima. Porque tengo miedo de que te sientas obligado hacia mí por gratitud.

Gratitud por el dinero, por la estabilidad que le di a Sofía. Rafael la interrumpió tomando sus manos. Isabela, mírame. ¿Crees que yo podría fingir lo que siento? ¿Crees que podría actuar durante todos estos meses? No, pero ¿crees que Carmen me hubiera querido infeliz para siempre? Isabela lo miró sorprendida.

Era la primera vez que él mencionaba a su difunta esposa en ese contexto. Rafael Carmen me dijo una vez que si algo le pasaba, lo único que quería era que Sofía y yo fuéramos felices. Durante dos años pensé que eso significaba estar solo, honrar su memoria, manteniéndome fiel a un fantasma, pero me equivoqué. ¿Qué quieres decir? Carmen querría que encontrara el amor de nuevo. Querría que Sofía tuviera una madre que la amara.

Querría que yo fuera feliz. Rafael acarició la mejilla de Isabela. Y contigo soy más feliz de lo que nunca pensé que podría volver a ser. Isabela comenzó a llorar, pero esta vez eran lágrimas de alivio. Yo siempre soñé con ser madre, pero pensé que nunca podría pasar.

Contigo y con Sofía descubrí que el amor maternal no viene solo de dar a luz, viene de amar incondicionalmente, de estar presente, de de ser mamá Isa. Rafael sonrió. De ser mamá Isa asintió Isabela. Rafael se acercó más a ella. ¿Sabes qué creo que deberíamos hacer? ¿Qué? Casarnos de verdad. No por un contrato, no por conveniencia, por amor. Isabela sintió que el corazón se le aceleraba.

¿Me estás pidiendo que me case contigo otra vez? Te estoy pidiendo que te cases conmigo por primera vez. La vez anterior fue un acuerdo comercial. Esta vez sería papá, mamá, Isa. Ambos se voltearon sorprendidos. Sofía estaba parada en la puerta del jardín en pijama cargando su osito de peluche. ¿Qué haces? Despierta, princesa. Rafael se levantó preocupado. No podía dormir.

Escuché voces y quería asegurarme de que no estuvieran peleando otra vez. Isabela se acercó a ella. No estábamos peleando, corazón. Estábamos hablando de cosas importantes. ¿Qué cosas? Rafael e Isabel la intercambiaron miradas. Sofía tenía 4 años, pero había demostrado tener una intuición especial para entender las dinámicas familiares.

Sofía, ¿puedo preguntarte algo?, dijo Rafael, arrodillándose para estar a su altura. Sí. ¿Te gustaría que mamá Isa fuera tu mamá para siempre de verdad? No solo mientras vivimos juntos, sino para siempre. Los ojos de Sofía se iluminaron. Eso significa que nunca se va a ir. Significa que siempre vamos a ser una familia. respondió Isabela. Sofía soltó su osito y abrazó a ambos al mismo tiempo.

Sí, quiero que seamos una familia para siempre, de verdad. Rafael miró a Isabela por encima de la cabeza de Sofía. Eso es un sí. Es un sí, susurró Isabela. Pero quiero que sepas que yo también tengo algo que confesarte. ¿Qué? Isabela se sonrojó ligeramente. Fui al médico la semana pasada. Hay un tratamiento nuevo, experimental.

No hay garantías, pero existe una pequeña posibilidad de que pueda quedar embarazada. Rafael la miró asombrado. En serio, es una posibilidad muy pequeña, pero Rafael la besó antes de que pudiera terminar la frase. Fue su primer beso real, lleno de amor, esperanza y promesas futuras. Iu! Gritó Sofía, pero estaba sonriendo. Eso significa que vamos a tener un bebé. Tal vez, princesa, solo tal vez, dijo Isabela.

¿Te gustaría tener un hermanito o hermanita? Sí, le voy a enseñar todo lo que sé. Rafael cargó a Sofía y extendió su brazo libre para abrazar a Isabela. ¿Sabes qué creo que deberíamos hacer mañana? ¿Qué? Preguntaron Isabela y Sofía al mismo tiempo. Ir a comprar anillos. De verdad, los que tenemos son del juzgado, pero esta vez queremos anillos que signifiquen algo.

¿Y podemos hacer una fiesta?, preguntó Sofía emocionada. Podemos hacer la fiesta que tú quieras, prometió Isabela. Seis meses después renovaron sus votos en una pequeña ceremonia en el jardín de la casa. Sofía llevó los anillos en una pequeña almohada, vestida como la dama de honor más orgullosa del mundo.

Carmen, la hermana de Rafael, lloró durante toda la ceremonia y los padres de Isabela no podían dejar de sonreír. Cuando el sacerdote les pidió que intercambiaran votos personales, Rafael tomó las manos de Isabela y habló desde el corazón. Isabela, comenzamos este matrimonio como extraños, con un arreglo de conveniencia.

Pero tú te convertiste en mi compañera, en la madre de mi hija y en el amor de mi vida. Eh, prometo amarte no por obligación, sino por elección, cada día por el resto de nuestras vidas. Isabela, con lágrimas de felicidad respondió, Rafael, me diste la familia que siempre soñé. Me enseñaste que el amor llega de las maneras más inesperadas.

Prometo ser tu esposa, la madre de Sofía, y si Dios quiere, la madre de los hijos que podamos tener juntos. Cuando se besaron, Sofía gritó, ahora sí somos una familia de verdad para siempre. Y tenía razón. Ya no eran Rafael Torres, Isabela Mendoza y Sofía Torres viviendo bajo el mismo techo por conveniencia.

Eran los Torres Mendoza, una familia construida en amor, comprensión y la certeza de que a veces los mejores planes son los que nunca planificaste. Durante la recepción, mientras veían a Sofía bailar con sus abuelos, Rafael susurró al oído de Isabella. ¿Sabes qué es lo más increíble de todo esto? ¿Qué? Que empezó con la peor día de mi vida, perder mi trabajo.

Y terminó siendo el día que conocí a la mujer de mis sueños. Isabel la sonrió y puso su mano sobre su vientre, donde ya crecía una pequeña sorpresa que habían decidido anunciar esa misma noche. A veces los finales más felices empiezan con los comienzos más difíciles. Tenía razón.

Lo que había comenzado como una propuesta desesperada en una acera se había convertido en la historia de amor más hermosa que ninguno de los dos habría podido imaginar. Dos años después, el sol de la mañana iluminaba el jardín de la casa que Rafael había diseñado especialmente para su familia. Ya no era la casa de Isabela o el hogar temporal de Rafael. Era su casa, construida con amor y pensada para cada momento de sus vidas juntos.

“Sofía, ven a desayunar”, gritó Isabela desde la cocina mientras preparaba el biberón para Diego, su hijo de 6 meses. “¡Ya voy, mamá! respondió Sofía ahora de 6 años, corriendo escaleras abajo con su uniforme del colegio a medio abrochar. Rafael apareció cargando al bebé que había heredado los ojos verdes de Isabela, la sonrisa traviesa de la familia Torres. Buenos días, mi amor.

Rafael besó a Isabela en la mejilla antes de sentarse a la mesa. Buenos días. Isabela sonró aún sintiendo mariposas en el estómago cada vez que él la llamaba mi amor de esa manera tan natural. Sofía se trepó a su silla y miró a su hermanito con adoración.

Diego, hoy te voy a contar una historia muy especial, le dijo al bebé que la miraba con ojos curiosos. Te voy a contar cómo papá y mamá se conocieron. Isabela y Rafael intercambiaron sonrisas divertidas. Sofía había convertido en tradición contarle a Diego la historia de sus padres cada mañana durante el desayuno. “A ver, cuéntanos”, dijo Rafael fingiendo no conocer la historia.

Sofía se aclaró la garganta dramáticamente. Había una vez un papá muy bueno que se llamaba Rafael y tenía una hija pequeñita que se llamaba Sofía. Comenzó señalándose a sí misma. Un día papá perdió su trabajo y estaba muy triste. Isabela le acarició el cabello a Sofía mientras escuchaba la versión infantil de su historia de amor.

Pero entonces apareció una señora muy elegante en un carro bonito. Se llamaba Isabela y tenía mucho dinero, pero no tenía familia. Cuando vio a papá cargando a la pequeña Sofía, su corazón se puso muy feliz. ¿Y qué pasó después? preguntó Rafael como si no lo supiera. Isabela le dijo a papá que se casaran, pero no era un matrimonio de amor todavía, era un matrimonio de, ¿cómo se dice, mamá? De conveniencia, ayudó Isabela. Eso.

Pero entonces vivieron juntos y se dieron cuenta de que se querían mucho, mucho. Y después se casaron otra vez, pero esta vez por amor de verdad. Y después llegó Diego. Sofía le hizo cosquillas al bebé en la barriga. Y ahora somos una familia completa. ¿Y cuál es la moraleja de la historia? Preguntó Isabela. Sofía puso su cara más seria, que a veces las cosas malas pasan para que después pasen cosas muy muy buenas y que las familias no siempre nacen, a veces se hacen con amor. Rafael sintió que se le hacía un nudo en la garganta. Después de todos estos años, seguía sorprendiéndose de la

sabiduría de su hija. “Tienes razón, princesa”, dijo cargando a Sofía. “¿Sabes qué más aprendí? ¿Qué?” “Que el amor verdadero siempre encuentra la manera de llegar, aunque llegue de la forma más rara.” Isabela se acercó y los abrazó a los tres con Diego en el medio haciendo ruiditos felices.

“Y que la mejor propuesta de matrimonio puede ser la más loca”, añadió Isabel riendo. Se imaginan si le cuento a alguien que me casé con un hombre al que le propuse matrimonio en la calle después de conocerlo por 5 minutos. “Pero funcionó”, gritó Sofía. Y ahora somos la familia más feliz del mundo. Rafael miró a su alrededor, su esposa preparando el almuerzo de Sofía para el colegio, su hija terminando su desayuno mientras le hacía caras graciosas al bebé, su hijo balbuceando felizmente en sus brazos.

Los planos de su próximo proyecto arquitectónico extendidos en el escritorio del comedor. Las fotos familiares cubriendo cada superficie disponible. Tres años atrás había sido un hombre desesperado cargando a su hija y una caja de cartón, sin idea de cómo iba a salir adelante. Ahora tenía todo lo que nunca se había atrevido a soñar.

¿Sabes qué, Diego? Le susurró al bebé. Tu hermana tiene razón. A veces las mejores familias no nacen, se eligen y después se aman con todo el corazón. Isabela, que había escuchado, se acercó y le dio un beso. ¿Y sabes qué más? ¿Qué? que cada mañana sigo eligiéndolos a los tres para siempre.

Sofía los miró con esa sonrisa que había heredado de su padre. Yo también los elijo para siempre. Somos una familia de verdad, de verdad. Y mientras se preparaban para comenzar otro día de su vida juntos, los cuatro sabían que habían encontrado algo que muchas personas buscan toda la vida. Un amor que comenzó como conveniencia y se transformó en la base de una felicidad que ninguno había creído posible.

En la mesa de la cocina quedó olvidada una tarjeta de presentación vieja y arrugada que Rafael guardaba como recordatorio. Isabel la Mendoza, sí, textiles Mendoza, la misma tarjeta que había cambiado sus vidas para siempre. Porque a veces las mejores historias de amor comienzan con las propuestas más imposibles y a veces las familias más hermosas nacen de los acuerdos más inesperados.

Al final no importaba cómo había comenzado, lo que importaba era cómo había terminado, con amor verdadero, familia real y la certeza de que habían encontrado exactamente lo que necesitaban en el momento en que más lo necesitaban, para siempre de verdad.